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  • Foto del escritorEditorial Semana

Juan David Hernández, el pedagogo


Por: Juan Illích Hernández


Celebrar la vida y obra de Juan David, (“JD”, “El viejo” o “Juanda” como solían decirle amigos y colegas) es poner en práctica sus enseñanzas y empresas. Es decir, que repensar a “Juanda” es revivir su impronta histórica, tanto en el ámbito intelectual como en lo social.


Desde la faceta como padre, puedo afirmar que gran parte de sus estudiantes y allegados sienten cálida e intrínsecamente ese lado paternalista de sobreprotección; ya que él siempre velaba por el bien común de todos. Mas allá del bagaje pintoresco que caracterizó a este personaje savaronés, jamás estuvo desprendido del rol social de maestro.


Tanto es así, que al momento de haber una situación de respuesta rápida, contratiempos, o se necesitara su respaldo en alguna causa social como: ofrecer talleres de educación popular en la Plaza Palmer, movimientos sociales, Huelgas de la U.P.R, yacimientos arqueológicos, Colegio Notre Dame, entre otros; siempre dijo presente.


Si nos sumergimos en la vasta trayectoria que tuvo nuestro amado “Juanda”; notamos que la misma está totalmente imbuida por el fenómeno sociopolítico de la ideología. Cualidad imprescindible que resalta uno de sus rasgos característicos más sobresalientes. A la luz de este punto, es posible entrelazar otra de las mayores lecciones de vida que ilustran la plena esencia vitalista que cargó este ser; que es la verticalidad e integridad política, moral, ética e individual.


Esa ilustración puesta a trasfondo colorea toda una obra histórica muy única la cual muchos podrían tildar de “izquierdista” e “irreverente”. Sin embargo, son estos detalles los que han hecho posible la re transformación de la microhistoria del pueblo de Caguas. Tal ha sido el impacto positivo de esta retoma histórico cultural, que hasta barrios y arrabales desconocidos como “Los Tres Brincos” revivieron su memoria histórica.


Adentrándonos en la faceta de educador formal, espacios como Universidad del Turabo, Universidad Interamericana, Colegio Notre Dame, entre otros; mantienen viva su histórica huella. Este hecho refleja el nivel de compromiso social e intelectual que llevaba “Juanda” en el salón de clases.


Para él no estuvo compuesto por cuatro paredes sino fuera de ellas. Quiérase decir, que este tipo de maestro que no se ciñó a ninguna directriz o modelo de trabajo convencional como, lo es el impartir clases libro en mano fue algo necesario dado que él mismo era quien imponía las pautas espontáneamente. Es en ese sentido, que cada persona que pasa por su tutela queda totalmente impactada para bien, debido al lógico alcance espiritual que tenía como virtud para entender las cosas. La mejor forma de ejemplificar dicha función son sus estudiantes, familiares, amigos, colegas e incluso enemigos los cuales pueden testimoniar con propiedad sus conocimientos adquiridos.


Gran parte de toda esta breve descripción cualitativa que he realizado a mi “viejo” no meramente ha sido cultivada mediante la típica relación de padre e hijo, sino más bien; en una relación de amigos la cual trasciende las tres dimensiones aristotélicas que hacen sostener una amistad (utilidad, placer y virtud).


A pesar de que aun con palabras no logré expresar mi sentir y vasta experiencia vivencial, sé que estas expresiones harán eco, puesto que como bien dice el filósofo francés Jacques Derrida, “Donde hay huella, hay vida”. Por tal razón, querido “viejo” desde este lado de acá material te abrazamos y seguiremos apostando por el cambio social haciendo trabajo de abajo hacia arriba.

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