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  • Foto del escritorEditorial Semana

La corrupción emana del propio capitalismo


Por: Prof. Luis Dómenech Sepúlveda


“A la memoria del Lic. Venancio Vélez Núñez, patriota insobornable y portaestandarte de la ética, la moral y la virtud humana”.


Se asegura que Cantinflas, inolvidable genio de la comedia mexicana, cuando vio el mar por primera vez exclamó: “Que mucha agua, y pensar que debajo hay mucha más”. Y esa misma frase podríamos utilizarla para describir el flagelo inmoral de nuestros tiempos: “Que mucha corrupción, y pensar que oculta hay mucha más”. La corrupción se ha convertido en una burda pandemia que ha corroído el alma y espíritu de amplios sectores de nuestra población, particularmente en los gobiernos capitalistas que se jactan de ser pueblos democráticos.


Recientemente se publicaron diversas reflexiones sobre la ignominia de la corrupción pública la cual, para nuestra vergüenza, nos ha colocado entre los países más corruptos de nuestro hemisferio. Por supuesto, en cada una de las reflexiones se ha intentado diagnosticar las causas y razones de la corrupción: (1) falta de valores, (2) falta de compromiso patriótico (3) supervisión inadecuada (4) ausencia del principio del mérito en los funcionarios públicos, (5) pobre selección electoral de alcaldes y legisladores y (6) afán de lucro y enriquecimiento al menor tiempo posible, entre otros factores.


Sin embargo, ninguno de los analistas ha señalado el capitalismo amoral como la raíz de la problemática de la corrupción generalizada. Los gobiernos capitalistas, con su secuela de privatización, inversionismo político y lavado de dinero, son los mismos que gobiernan para el capital y no para los pueblos. Como es sabido, el capitalismo se originó en Europa durante el Siglo XIII (postrimerías de la Edad Media) para sustituir el feudalismo monárquico. Desde entonces, este sistema económico, basado en la oferta y la demanda, y que se hace pasar como sinónimo de democracia, no solamente ha demostrado ser un sistema que promueve la desigualdad social, sino que estimula la deslealtad y la depravación ética tanto individual como colectivamente. Ello, para amontonar grandes sumas de riqueza al menor esfuerzo y tiempo posible a costa de la explotación y el sufrimiento de las grandes mayorías compuestas mayormente por madres, niños y ancianos desamparados.


Por tanto, nadie puede negar que los gobiernos capitalistas y sus amigos del alma perciben la riqueza como la máxima aspiración de la raza humana sin importar los aspectos morales. Para ellos, lo legal pesa más que lo moral. De ese modo han logrado inducir a la ciudadanía a valorizar más la posesión de riqueza que el desarrollo humano. Es decir, se valoriza más el tener que la esencia misma del ser.


Por supuesto, valorizamos los preceptos de justicia social, ética del trabajo, vivienda, alimentación, educación y seguridad mediante el esfuerzo colectivo. Pero ese no es el caso de las grandes mayorías. Solo el 5% de la raza humana controla más del 90% de la riqueza mundial mientras los demás apenas logran sobrevivir ante las supuestas bondades del capitalismo corrupto de nuestros tiempos.


El capitalismo nació del ideario maquiavélico: “El fin justifica los medios”.

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