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  • Foto del escritorEditorial Semana

¿Qué huella estamos dejando?


Por: Lilliam Maldonado Cordero


Las inundaciones y los deslizamientos que nos afectaron durante estas semanas son eventos cada vez más frecuentes y violentos. Su efecto menos lesivo es la forma en que impactan negativamente nuestra cotidianidad, atrasándonos en el trayecto a la escuela o el trabajo como consecuencia de las vías inundadas. También, traen como resultado la pérdida de propiedad, el desplazamiento y, lo peor, la amenaza a la vida de quienes se ven atrapados por las crecidas y los deslizamientos.


La inundación es resultado de la anegación del terreno por la caída de gran cantidad de agua que no puede ser absorbida ni evaporada por el terreno ni las plantas, ni manejada eficientemente mediante la canalización, los diques ni embalses. Las causas de las inundaciones no siempre son atribuibles al cambio climático. Aunque tienen como origen principal las lluvias intensas y el embate de los sistemas atmosféricos, como los ciclones y otros eventos de agua, o el derretimiento de la nieve en otros países cuando los suelos pierden la capacidad de absorberla, es la actividad humana la mayor responsable de favorecer las crecidas e inundaciones. Algunos ejemplos de esta huella humana son la planificación deficiente, el incremento en los desarrollos de zonas urbanizadas, la impermeabilización de los suelos ocasionada por la asfaltización excesiva, la tala de árboles -particularmente cercana a ríos y otras corrientes-, y la destrucción de bosques que propende a mayores escorrentías por evitar una absorción más adecuada del agua por los suelos.


Corresponde a los gobiernos el establecimiento de política pública que reglamente, mediante una planificación responsable y sensible, el desarrollo ordenado en las zonas urbanizables para minimizar el impacto en aquellas áreas que tienen que ser protegidas, como las costas, humedales, manglares, el margen de los ríos y cuerpos de retención de aguas, y otros que son nuestra primera defensa en caso de lluvias copiosas. También, es un deber indelegable del gobierno proveer todas las herramientas necesarias a los funcionarios responsables de vigilar el cumplimiento de leyes y reglamentos relacionados con el respeto y la protección de los recursos naturales, y supervisar periódicamente que los desarrollos y otros impactos no se lleven a cabo en contra de las leyes y el interés público.


Asimismo, como ciudadanos, nos toca actuar con responsabilidad al momento de administrar los recursos e impactar nuestros espacios. En primer lugar, mitiguemos en la medida de lo posible el calentamiento global ahorrando energía, consumiendo menos carnes, reduciendo y reutilizando el recurso agua, y organizando el uso de vehículos de motor para reducir emisiones tóxicas. Estas medidas no solo contrarrestarán los cambios intensos en la meteorología -calores intensos, incendios forestales, lluvias copiosas-, sino que reducirán los insultos a la salud como consecuencia de la contaminación, las sequías y falta de alimentos en muchos países pobres, la pérdida de medios de vida, como cultivos y ganado, y el desplazamiento como consecuencia del recrudecimiento de las condiciones de vida en lugares que se volverían estériles, secos e inhóspitos.


Otras acciones más sencillas que podemos tomar incluyen evitar la tala de árboles en nuestras propiedades y comunidades, no “barrer” hojas usando el agua de la manguera en lugar de pasar la escoba, apagar luces y equipos encendidos innecesariamente, y comenzar a migrar al uso de energías renovables. Si cada uno de nosotros modifica nuestra forma de tratar el entorno, aunque sea mínimamente, humanizaremos nuestra huella para esta y futuras generaciones.

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