Por: Juan Ilich Hernández
Con el devenir de los tiempos modernos- tardíos, hemos podido apreciar detenidamente cómo el ser humano ha ido deconstruyéndose a imagen y semejanza de lo que la misma sociedad del hiperconsumo determina como pauta. Dentro de su esfera de dominio descansan los imperativos categóricos de la motivación, auto-eficacia, éxito, “plena felicidad” y la supuesta auto- realización. Precisamente, son estos condicionamientos los que actualmente han desbancado por completo a la autónoma búsqueda de la introspección y lo que los mismos griegos apostaban como máxima, que es “conócete a ti mismo”.
Según el filósofo Chul-Han (2022) “En la sociedad actual, el dispositivo felicidad como imposición aísla a los hombres y conduce a una despolitización de la sociedad y a una perdida de la solidaridad ya que cada uno debe preocuparse por sí mismo de su propia felicidad” (p.26). De este estratégico y seductivo modo, es que todo lo que concierne a sufrimiento, perdida, duelo, entre otros sentimientos que desencadenen angustia son revertidos y suprimidos a nivel psicoemocional/psicosocial. Y esto se debe a que el nuevo orden socioeconómico neoliberal aspira por la desregulación social de todos sus recursos vía la auto-optimización.
Es en ese sentido, que se hace necesario el preguntarse ¿Por qué el dolor se nos muestra hoy como un sentimiento psicológico desestabilizador y repulsivo? ¿Acaso lo que no te mata, nos hace más fuerte como nos diría el filósofo Federico Nietzsche? Ha sido desde este planteamiento que la sociedad digital premedita y programa su sistema interventivo sobre la mente humana. Quiérase decir, que cualquier tipo de noticia, amonestación física, ruptura amorosa, etc. la cultura digital extiende una robusta y agresiva propaganda informativa para combatir tales sensaciones mediante su anestesia de la medicación o el “sé feliz”.
Con el advenimiento del fenómeno pandémico del Covid-19 dicha conducta de mantenerse proactivo, “saludable”, precavido al salir e incluso de reinventarse, impulsaron a que se continúe dándole seguimiento a estas políticas del pseudo- autocuidado mental. Tales efectos, al sol de hoy permanecen vivos haciendo que el teletrabajo cada vez vaya fracturando el lazo social y comunitario entre las masas. Por tal motivo, es que, aparte de estar confrontando una fase posthumana en la que se da mayor énfasis a las máquinas versus personas y a lo autocomplaciente, han abonado al propio injerto de la silente muerte de las relaciones interpersonales.
Siendo la vida humana una sumamente pasajera, y hasta impredecible, particularmente en estos últimos años, los cambios climatológicos, pandémicos, técnico- científicos, nucleares, económicos y la misma incertidumbre social han hecho de esta una más hipersensible o delicada de lo que solía ser. La forma en cómo se maquilla este escenario es desde el ámbito del consumo y el mismo hedonismo. Estos hechos y fenómenos sociales han disparado increíblemente las tasas de mortandad y los desórdenes mentales como los OCD (Trastornos Obsesivos Compulsivos) como la oniomanía (consumidor compulsivo) y el narcisismo virtual a unos niveles jamás vistos.
Partiendo de la realidad psicológica y social de Puerto Rico, hallamos que ni los estadísticos, ni mucho menos empíricos sociales encuentran una predecible e inclusive exacta respuesta para comprender por qué existen tantos problemas de salud mental. Desde mi interpretación empirista es que se debe a la falta no solo de respaldo monetario a las instituciones pilares (educación, salud y seguridad) sino también al depósito de la solemne confianza a las máquinas inteligentes.
Si no logramos desaprender todos los aciertos como desaciertos que trae consigo las nuevas tecnologías, el futuro que nos espera es el vacío social del yoísmo…