Inteligencia Artificial o Inteligencia Artificial General
- Editorial Semana

- hace 2 días
- 2 Min. de lectura

Por: Nitza Morán Trinidad
Vivimos una era digital que, hasta hace poco, parecía inimaginable. La inteligencia artificial se ha integrado aceleradamente a nuestra cotidianidad, no solo como una herramienta tecnológica, sino como un elemento que redefine la forma en que convivimos, trabajamos y gobernamos. Los gobiernos ya son testigos del impacto social, económico y político que esta tecnología trae consigo. La inteligencia artificial actual analiza datos, reconoce patrones y ejecuta tareas con una eficiencia impresionante. Sin embargo, su rápida adopción, en muchos casos sin marcos regulatorios claros, debe preocuparnos. La ausencia de políticas públicas sólidas sobre el manejo de datos, la privacidad y el uso ético de la información plantea riesgos reales, particularmente en sociedades con profundas brechas económicas y educativas. La tecnología avanza más rápido que las leyes y, sin límites definidos, su uso puede generar efectos adversos a nivel profesional, institucional y nacional. Esta inteligencia aprende de datos que reflejan sesgos sociales, económicos y raciales. Aunque se presenta como neutral, no corrige desigualdades; en muchos casos las reproduce o incluso las profundiza bajo una aparente lógica objetiva. Por eso debemos analizar cómo nos afecta hoy y cómo influirá en el futuro, especialmente en áreas como la educación, el desarrollo social y económico y la interacción humana, con el propósito de preservar una humanidad sensible y consciente. Pero hay algo aún más trascendental que se aproxima: la Inteligencia Artificial General. Esta se define como un sistema capaz de aprender, razonar y adaptarse en múltiples áreas de manera similar o incluso superior a la inteligencia humana. Aunque durante años la hemos visto en la ciencia ficción, hoy deja de ser un concepto lejano. A diferencia de la inteligencia artificial actual, esta no solo automatizaría tareas o respondería preguntas, sino que tendría la capacidad de comprender contextos, tomar decisiones y crear sin programación específica, transfiriendo conocimiento entre disciplinas y adaptándose con autonomía cognitiva. El principal riesgo de este avance es la concentración de poder. El desarrollo de estas tecnologías está en manos de un reducido grupo de corporaciones y gobiernos con acceso privilegiado a grandes volúmenes de datos y capacidad computacional. De consolidarse, la Inteligencia Artificial General podría ampliar aún más las brechas entre países y sociedades, planteando una pregunta ineludible sobre quién controlará este poder artificial. En el ámbito laboral, esta tecnología podría sustituir profesionales dedicados al análisis, la planificación y la toma de decisiones estratégicas, abriendo un debate crítico sobre la responsabilidad ética y legal. Delegar el juicio moral a sistemas no humanos desafía los fundamentos de la rendición de cuentas y del Estado de derecho. Este debe ser un tema prioritario en la agenda legislativa. No se trata de generar temor ni de anticipar fechas, sino de prepararnos con responsabilidad. Es imprescindible definir límites, valores y responsabilidades claras antes de que esta tecnología nos supere. De lo contrario, en menos de una década podríamos enfrentar una realidad en la que la Inteligencia Artificial General reemplace funciones esenciales del ser humano, obligándonos a preguntarnos no solo dónde estará la sociedad, sino dónde quedaremos nosotros como humanos.






Comentarios