
Por: Lilliam Maldonado Cordero
En estas fechas atestiguamos el inicio de sesiones y juramentaciones de los funcionarios electos en los pasados comicios, afirmando defender a sus constituyentes contra todo enemigo interior o exterior, y es cuando más debemos prestar ojos y oídos a su comportamiento. Recordemos que estos actos oficiales tienen raíces y propósitos jurídicos -jurar en vano es perjurio, un delito según nuestro marco legal-, pero se complementan con ciertas expresiones que radican en la fe, la conciencia y las creencias religiosas de algunos de ellos, pero que resultan contradictorias con el testimonio de vida que observamos.
Aquí, al igual que en otros países, algunos líderes afirman que han sido enviados o son mensajeros de Dios. Sin embargo, su disposición, ademanes, expresiones habladas y escritas, y su desempeño hacia el pueblo, demuestran un abismo con ser instrumentos de justicia, equidad y concordia.
Esto no es nuevo o exclusivo de los políticos, ni es de ahora. Recordemos las atrocidades cometidas por los líderes religiosos en contubernio con los políticos a través de la historia de la humanidad. Por ejemplo, Las Cruzadas eran campañas militares realizadas “en nombre de Dios” pero, en realidad buscaban dar mayor dominio a la Iglesia Católica y a los Papas, que deseaban mayor prestigio y control. Su estrategia era centralizar el poder en los reyes de Europa, a quienes podían manipular con mayor facilidad. Buscaban, también, tomar a Jerusalén y otros lugares sagrados (Tierra Santa) para la cristiandad. El saldo histórico de Las Cruzadas fue aumentar la intolerancia de los cristianos contra los musulmanes, judíos y paganos, y de estos últimos contra los cristianos. La Primera Cruzada fue lanzada en 1095, que fue “exitosa”, pero su historia posterior, de más de dos siglos, fue una de fracasos y derrotas. Las Cruzadas dejaron unos seis millones de muertos solo en Europa occidental, cuando su población era de 60 a 70 millones de almas.
Para quienes estamos atentos, hoy, a las noticias locales e internacionales, nos causa estupor observar la guerra ya perenne en el medio oriente, que ha dejado, solo en los pasados 15 meses, sobre 60,000 muertos en la franja de Gaza, la mayoría mujeres y niños palestinos inocentes. Así mismo, son esclavizados por los intereses poderosos sobre 9 millones de niños y niñas en países africanos y asiáticos, para usarlos como mano de obra barata, sin capacidad para protestar ni defenderse. Muchos, también, son obligados a trabajar sin descanso y esclavizados sexualmente. Pero, la esclavitud, aunque mucho más patente en Africa y Asia, no es ajena a los países desarrollados, incluyendo los Estados Unidos, particularmente cuando ahora pretenden liberalizar las políticas públicas para emplear menores de edad.
El cristianismo, como otras religiones y creencias, proponen el gozo de la libertad como derecho inalienable de las personas, así como el respeto a la naturaleza. Estas creencias promueven el amor fraterno, y la consideración entre unos y otros por encima de intereses particulares, la búsqueda del poder, la riqueza y la venganza bélica. Nada de esto último responde al propósito que debemos acometer todos para construir una sociedad justa y de paz.
Poseer el poder jurídico de hacer justicia, jurando proteger de todo enemigo a nuestros iguales y bienes comunes, pero actuando ultra vires a ese compromiso, atenta contra la propia dignidad de quien lo hace y de las demás criaturas, la madre naturaleza y, sobre todo, contra el Dios ante quien juran.
Comments