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  • Foto del escritorEditorial Semana

La fantástica ilusión de los Tres Reyes Magos


Por: Lilliam Maldonado Cordero


La fiesta en la que el mundo cristiano celebra el encuentro de los Tres Reyes Magos con Jesús Emmanuel se conoce como Epifanía, y no hay un mejor nombre para designar ese momento que consolida la fe de aquel que cree en ese evento prodigioso y su contenido aleccionador, como promesa de paz y concordia de Dios con el hombre y la mujer.


El Diccionario de la Real Academia Española define “epifanía” como la manifestación de una cosa. La búsqueda, encuentro y eventual adoración de los Reyes al niño Jesús revelada en los Evangelios, luego de seguir el trazo de una estrella excepcional que marcaba el nacimiento de un rey más grande que ellos, confirma el signo de la aparición al mundo de un gran milagro: el cumplimiento del nacimiento, una noche fría en un pesebre de Belén, del mesías prometido a los judíos. El Hosana que cantaron legiones de ángeles celebrando la revelación de quien sería conocido como Príncipe de Paz, se transformaría en signo de salvación que trascendería Jerusalén, proponiendo un reinado diferente que prometía unidad, bienaventuranzas y equidad para los pobres, las mujeres y todo el que sufre las consecuencias de la injusticia humana.


En señal de adoración, Melchor, Gaspar y Baltasar llevaron presentes para el Dios nacido: oro, incienso y mirra, bienes muy preciados en esos tiempos. La tradición que recuerda tal Epifanía se conserva con gran recelo, especialmente por muchos países hispanos.


En Puerto Rico, la adoración a los Reyes Magos continúa celebrándose a pesar de la enorme influencia de otras costumbres. Muchos historiadores coinciden en que la Epifanía de los Reyes es nuestra fiesta religiosa más antigua y quizás de toda Hispanoamérica.


Muchos recordamos -y todavía celebramos- la ilusión con la que esperábamos el 6 de enero. En varios lugares se llevaban a cabo las Cabalgatas de los Reyes que discurrían por las calles de los pueblos. En la víspera, las familias se reunían a comer los mejores manjares navideños, casi siempre en casa de los abuelos, y a cantar nuestra música más tradicional, mientras los adultos degustaban las “Lágrimas del Campo”, como se le conoce al pitorro, el licor artesanal del país.


Ya cayendo la noche, los niños salíamos con cajitas a llenarlas de pasto para dejarlo bajo la cama como alimento para los camellos. Una vez concluida la faena, nos mandaban a “recogernos” -bañarnos, comer y acostarnos-, mientras alguna tía nos decía: “no te levantes, que si los Reyes llegan y te cogen despierta, se van sin dejar regalos”. Eso era un suero para el sueño profundo. Entonces, bajo la cama y a su alrededor, estos visitantes fantásticos y generosos intercambiaban, silenciosos, pasto por presentes: muñecas, robots de baterías, cocinitas con sus cachivaches, carritos y pistas de carrera, guantes, bates, bolas, artículos para jugar a los vaqueros, patines, triciclos, bicicletas y otros juguetes que salíamos a compartir al patio o la calle con los primos y vecinos. Muchos dejamos rodillas y codos en la acera corriendo los patines y las bicis.


En estos días cuando celebramos, otra vez, la llegada de los Tres Reyes Magos, observemos y fomentemos esta tradición maravillosa, por el gran contenido espiritual y cultural que nos define. Sembremos esta ilusión a la nueva cepa de puertorriqueños y puertorriqueñas, ya sea que vivan en la isla o la diáspora. iY que los Reyes concedan nuestros sueños y anhelos!

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