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Los exabruptos de Jenniffer

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 28 ago
  • 2 Min. de lectura

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Por: José “Conny” Varela


Jenniffer González perdió la tabla nuevamente. Así le llamaríamos coloquialmente a la actitud agresiva que asumió la gobernadora en una conferencia de prensa la semana pasada. Asumió una actitud que fue tan reveladora como preocupante.


El periodista Juan Costa, de Noticel, formuló a la gobernadora una pregunta legítima sobre la posible filtración de una querella ante la Oficina de la Procuradora de las Mujeres. No hubo provocación ni falta de respeto: solo el ejercicio básico del periodismo en una democracia. La respuesta de la gobernadora Jenniffer González fue destemplada, agresiva, y concluyó con un mandato directo al periodista de que se callara, le señaló con el dedo y lo insultó.


La Asociación de Periodistas de Puerto Rico, con razón, repudió el incidente, y afirmó que el deber de los gobernantes es proveer información, incluso, y sobre todo, cuando las preguntas resultan incómodas.


Sin embargo, lo ocurrido no es un hecho aislado. Quienes han seguido la trayectoria pública de la gobernadora saben que este tipo de reacción forma parte de un patrón: ante cuestionamientos que preferiría no abordar, González opta por la confrontación verbal, el repudio agresivo o el cierre abrupto del diálogo.


Puedo dar fe de ello. Hace casi veinte años, siendo ella presidenta de la Cámara, una propuesta que hice en un contexto oficial provocó de su parte una reacción tan fuera de lugar que motivó un editorial en El Nuevo Día en torno al “exabrupto de Jenniffer González”. Aquella vez, como ahora, la discusión no giraba en torno a un ataque personal, sino a la exigencia de rendición de cuentas y al ejercicio legítimo de las funciones de aquellos que no ocupamos su puesto. Y, como ahora, la respuesta fue la misma: un desplante agresivo, una réplica violenta que Jenniffer González siempre ha utilizado como recurso para proyectar carácter de líder, pero que en esencia demuestra precisamente lo contrario. Con su furia destemplada, Jenniffer sólo demuestra faltas de carácter que son indeseables en un gobernante.


A un gobernador se le exige, además de capacidad ejecutiva, una actitud estoica: la serenidad para escuchar críticas, la templanza para responder con argumentos y la entereza para no dejarse arrastrar por el impulso. El poder conlleva la responsabilidad de modelar el comportamiento cívico. Cuando, desde la más alta posición del Poder Ejecutivo se normaliza el exabrupto, se envía un mensaje peligroso: que la agresión verbal es una respuesta válida ante la incomodidad. Ese modelo es intolerable.


El autor es representante por Caguas en la Cámara de Representantes

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