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  • Foto del escritorEditorial Semana

Un refugio seguro e imperturbable




Por: Lilliam Maldonado Cordero


La Real Academia Española define la amistad como el “afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato”. Esta es una definición conceptual concisa y precisa.


Sobre la amistad existen muchos dichos, y todos son muy aleccionadores, pues nos acuerdan la importancia de mantener, no solo buenas relaciones con los familiares, vecinos, compañeros de trabajo y particulares, sino de sembrar y cosechar amigos de calidad, pues esto puede tener un efecto duradero.


Una de estas máximas reza: “Un buen amigo es aquel que te pregunta cómo estás y se queda a escuchar la respuesta”. Yo añadiría que, más que ofrecerte el hombro para que llores, una buena amiga te abraza -hasta en la distancia-, te ayuda a encontrar soluciones a tus problemas y te acompaña por los entuertos de la zozobra y los jardines de la alegría desde el amor y la fraternidad, ya sea para llorar y ayudar a levantarte, como para bailar y celebrar en su momento.


El libro del Eclesiástico nos afirma: “Encontrar un amigo fiel es como dar con un tesoro o como hallar un refugio seguro. Un amigo fiel no tiene precio: su valor no se mide con dinero”. Cicerón, por su parte, dijo: “¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?”. A su vez, William Shakespeare escribió: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba…engánchalos a tu alma con ganchos de acero”. Son muchas las citas memorables sobre la amistad que nos acuerdan los méritos y el valor de esta relación cercana.


Aunque los miembros de la familia más próximos son el apoyo que Dios y la vida nos han regalado, son los amigos aquellos que, ya sea de forma incidental como de manera extendida -muchas veces durante una vida completa- están con nosotros en las buenas y en las malas.


Cada Navidad es un tapiz donde trazar una historia nueva, compartir vivencias y establecer lazos afectivos, de celebración, alegría y hermandad. También, es la oportunidad para redimensionarnos, reconstruir y levantar puentes que creíamos rotos e invitarnos a reintegrar a nuestras vidas aquellas personas que, hace mucho tiempo, no vemos: las compañeras de escuela con quienes tantas experiencias inolvidables construimos y que nos “construyeron”; los miembros lejanos de nuestra familia con quienes no compartimos hace décadas; y aquellas amistades que nos acompañaron durante nuestra juventud y adultez temprana, y nos sirvieron de modelo, apoyo y refugio.


Indudablemente, sin nuestra familia y comunidad hubiera sido imposible llegar hasta donde hemos alcanzado. Pero, sin las amigas, la carga de vivir hubiera sido mucho más pesada y el camino infinitamente más empinado.


En esta Navidad, recordemos aquellos amigos que se nos han adelantado a la Pascua y atesoremos el tiempo que nos brindaron, y retomemos aquellas amistades que el afán de la vida nos llevó a dejar en pausa. También, celebremos con amor y agradecimiento aquellas que nos acompañan ahora, a veces entre piedras y cuesta arriba, y otras deleitándonos por los prados delicados de la vida. Después de todo, son ese refugio seguro que nos espera dentro de la tibieza del abrigo que amilana cualquier viento de tormenta que nos rodee. No existe nada más acogedor, sólido e imperturbable que sentirnos amparados por el amor de una amistad próxima y verdadera.

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