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Un reino de justicia




Por: Jesús Santa Rodríguez


De acuerdo con la tradición cristiana revelada en los Evangelios, ya cercano a su muerte y pasión, Cristo se retiró a un lugar llamado el Huerto de Getsemaní. Su humanidad comenzaba a manifestarse a través de la angustia de anticipar su martirio. Está claro que ningún ser vivo merece sufrir, pero en su caso sería sometido a la tortura, la humillación y la muerte mediando la calumnia y el encono de sus propios hermanos siendo inocente.


Abrumado, decidió apartarse de la comunidad y, un poco, de sus propios discípulos, por lo que se internó en aquel jardín para pedir humildemente a su padre Todopoderoso que, de ser su voluntad, le evitara el sufrimiento que le esperaba. Hacía unas horas que había profetizado que sería entregado por uno de sus más cercanos y que otro de sus discípulos lo negaría en su momento más oscuro. Oraba con angustia sudando gotas como de sangre, afirma el Evangelio.


Luego de atravesar un proceso del dolor anticipatorio de su propia pasión y muerte, regresó al lugar donde había dejado a sus discípulos para que lo guardaran, pero ellos estaban dormidos. Dolido, les preguntó: “¿No han podido velar conmigo siquiera una hora?”.


La Semana Santa no es solo apropiada para fortalecer nuestra espiritualidad y compromiso cristiano. También, nos plantea el deber de la fidelidad, la valentía, el coraje y la ética dentro del contexto de la amistad y los deberes contraídos.


Durante esta semana muchas personas, incluyendo aquellos que nos desenvolvemos en el servicio público, buscaremos también un espacio para el descanso en medio del agotamiento, y esto no es malo. Sin embargo, este pasaje de Cristo en el Getsemaní nos demuestra que es en los momentos de mayor dolor y debilidad colectiva que debemos estar prestos al acompañamiento mutuo. Esto es todavía más patente cuando se trata de un país atribulado por la violencia, la droga y otros vicios, el desdén de los padres por los hijos y de los hijos por sus viejos. Sobre todo, debe apelar a quienes tienen facultades y deberes adquiridos de forma voluntaria para servir al pueblo.


Esta semana debemos aplicar a nuestras vidas la pregunta que le hizo el Señor a sus amigos más cercanos: “¿Ni siquiera una hora han podido velar junto a mí?”.


En medio de la crisis de valores y el menosprecio por la vida, esta es quizás la hora más importante para velar junto a nuestros estudiantes que aspiran y merecen una educación de mejor calidad, o acompañar y redimir a nuestras mujeres y sus hijos maltratados víctimas de la violencia de género e intrafamiliar. A estar más próximos a nuestros viejos olvidados y hasta abandonados por aquellos llamados a cuidarlos y protegerlos en la última etapa de sus vidas. A ejercer nuestras obligaciones en el servicio público, sin prebendas ni prejuicios, por el bien de todos.


Que en cada paso que demos durante esta semana y cada semana subsiguiente, estemos “despiertos”, y que nuestra respuesta a cada requerimiento sea: “Aquí estoy, ayudando a construir un reino de justicia”.


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