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¿Cuál es el Puerto Rico que queremos?

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 29 may
  • 3 Min. de lectura



Por: Myrna L. Carrión Parrilla


El Puerto Rico que queremos es uno donde prime el respeto, la justicia y el bien común. Un país donde las instituciones sean verdaderamente representativas de los valores que nos definen como pueblo: la dignidad, la solidaridad, la honradez y el compromiso con el bienestar colectivo. Aspiramos a una sociedad en la que las leyes se respeten, no solo por obligación, sino porque nacen de una cultura cívica fuerte y compartida. Queremos un país donde cada ciudadano, sin importar su condición, sepa que su voz cuenta y que quienes ocupan posiciones de poder están allí para servir, no para servirse.


Durante décadas, las instituciones del país —el gobierno, la legislatura, la judicatura, las agencias públicas, la educación, entre otras— fueron respetadas porque quienes las dirigían comprendían que representaban algo más grande que ellos mismos. Se cuidaban las formas, se respetaban los procesos, y se entendía que toda acción pública debía tener como norte el bien del país. Pero hoy enfrentamos una crisis no solo de resultados, sino también de imagen, de principios y de valores. Cuando quienes ocupan cargos públicos abandonan el decoro, el respeto y la ética, transmiten el mensaje de que todo vale, de que no hay consecuencias, y de que el poder está por encima de la responsabilidad.


Esa pérdida de forma y sustancia tiene efectos profundos. No se puede pedir al pueblo respeto por las instituciones cuando sus líderes las degradan. No se puede exigir decoro cuando quienes representan al país actúan con desprecio por el rol que ocupan. Se erosiona la confianza pública, se pierde la fe en el proceso democrático, y se alimenta el desencanto, la apatía y el cinismo.


El Puerto Rico que queremos necesita figuras públicas que comprendan el peso de su investidura. Gobernantes que actúen con integridad, que promuevan el respeto no solo con palabras, sino con acciones. Líderes que entiendan que sus gestos, su lenguaje, sus decisiones y su ejemplo tienen un impacto real en cómo se comporta la sociedad. Porque cuando en la cima se modela el respeto, es más probable que se reproduzca en todos los niveles.


Rescatar el respeto a las instituciones requiere más que discursos: requiere compromiso, coherencia, voluntad de cambio, pero sobre todo ejemplo. Necesitamos una nueva generación de líderes que, sin importar su ideología, pongan primero al país, eleven el nivel del debate público y devuelvan la dignidad al servicio público. Puerto Rico merece instituciones fuertes, transparentes y confiables. Pero, sobre todo, merece líderes que representen lo mejor de su pueblo, no lo peor. Los lideres, sin dejar de ser humanos y aún, tratando de lucir más cerca del pueblo, no pueden olvidar que se convierten en la representación “de una institución” que para respeto al pueblo tiene sus propias formas. que alterarlas, con cualquier fin, debe tener el cuidado de no rayar en la chabacanería y todo aquello que deje como consecuencia, la irreverencia al que representan.


Solo así construiremos el Puerto Rico que queremos: uno donde el respeto y el ejemplo no sea la excepción, sino la norma, donde el servicio público sea un honor, como lo fue alguna vez (y lamentablemente las generaciones más jóvenes no han conocido), no una oportunidad para el beneficio personal; y donde cada puertorriqueño pueda sentirse parte de un proyecto común, justo y digno.

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