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La paciencia

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • hace 4 horas
  • 3 Min. de lectura



Por: Lilliam Maldonado Cordero


Entre el calor que se ha disparado, las interrupciones en el servicio eléctrico que ya sabemos empeorarán en verano y el aumento en el precio de casi todo, pareciera que nos están apretando los botones de la paciencia.


La paciencia es uno de los valores más apreciados, mereciendo innumerables fábulas, alegorías y cuentos, desde chinos, africanos, griegos, hasta bíblicos… en fin, casi todas las culturas nos ofrecen una lección sobre la paciencia, recordándonos que esa virtud rinde frutos, mientras que la prisa y la mala fe solo producen fracasos.


La fábula africana del pescador paciente nos relata sobre los hijos de una familia muy pobre a la que se le habían acabado los alimentos. Un domingo, los dos hermanos planearon ayudar a sus padres a conseguir alimentos, a pesar de estar preocupados porque Dios podría castigarlos por imprudentemente trabajar ese día. Salieron, y mientras caminaban por el bosque, atraparon unas lombrices, las ensartaron en espigas espinosas y las echaron al río, pero solo consiguieron atrapar una rana. El hermano mayor, frustrado, increpó al menor y le dijo: “Viste, Dios nos castigó”, y a pesar de estar hambriento, se marchó. Su hermano menor, sabiendo que se habían acabado los gusanos para usarlos de anzuelo, decidió usar la rana que habían atrapado como cebo, oró al cielo y se sentó a la vera del río a esperar pacientemente. Pasaron una, dos y tres horas. Finalmente, atraída por la rana, atrapó una enorme boa, que el niño decapitó y llevó a su casa, pudiendo alimentar a su familiar durante días.


Otro cuento es el del mandarín impaciente. Un hombre recibió la noticia de que pronto sería nombrado magistrado. En pocos días, comenzó a mostrar impaciencia porque no confirmaban su nombramiento. Un filósofo y amigo que buscaba prepararlo para su importante encomienda lo visitó para decirle: “Recuerda bien este consejo, no pierdas nunca la paciencia. Si logras dominar la impaciencia, todos lo apreciarán y llegarás más lejos”. El magistrado le aseguró que atesoraría el consejo. Cada día, su amigo le visitaba varias veces para repetirle el consejo. Día tras día. Uno tras otro. Así que el mandarín se hartó de su amigo y le gritó: “Pero llevas días dándome el mismo consejo. Me tienes cansado”. El amigo lo miró con serenidad y le dijo: “Precisamente, quería que aprendieras que no es fácil escuchar consejos. Lo difícil es ponerlos en práctica”.


Del mismo modo, todos conocemos la fábula de la liebre y la tortuga, que nos da cuenta de la carrera que estos dos animales querían completar, pero que, resultado de la distracción y la falta de compromiso de la liebre, aun siendo mucho más rápida, quedó derrotada por la perseverancia y paciencia de la tortuga.


Estos relatos suenan a cuentos de niños. Pero no nos dejemos engañar por su aparente sencillez.


Es pertinente recordar aquel niño africano de la fábula, que sin más recursos que una rama espinosa, una rana y paciencia, logró capturar el botín con el que alimentaría a toda su familia. Recordemos, también, al mandarín impaciente que, finalmente, aprendió a escuchar el consejo de su amigo, que le enseñó la importancia de tener paciencia y aquilatar las enseñanzas de quienes nos son fieles. Finalmente, la fructuosa lección de la tortuga que, indiferente a la velocidad de la liebre, se deslizó pacientemente, derrotando a su veloz contendora.


La perseverancia siempre triunfa sobre el espejismo de la inmediatez.

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