
Redacción Editorial Semana
La cremación o incineración es la práctica de deshacer un cuerpo humano muerto, quemándolo. Junto con el entierro, la cremación es una alternativa cada vez más comúm para la disposición final de un cadáver.
Muchos pueblos paganos de la Antigüedad recurrían a la cremación. Por el contrario, el pueblo judío y después los cristianos, siempre rechazaron esta práctica como indigna y no conveniente a la reverencia debida al cuerpo humano, templo de la Santísima Trinidad.
La cremación, sn embargo, en sí no es buena ni mala, e incluso puede ser utilizada como una necesidad en caso de peste, de catástrofes, en las cuales la corrupción lenta de un gran número de cadáveres puede ser peligrosa para la salud (exhalaciones pestilentes, contagios, etc.).
La razón por la cual la Iglesia no favorece la cremación no es porque ésta en sí estaría contra el dogma de la resurrección. La resurrección de los cuerpos no se hace más difícil por la cremación que por la corrupción de los cuerpos. Dios, a partir de una minúscula célula del cuerpo humano (sea contenida en la ceniza funeraria, sea en el resultado de la corrupción orgánica) lo reconstituye por entero. Hasta el 5 de julio de 1963 la disciplina canónica era severa en lo tocante a la cremación de los cuerpos de los fieles fallecidos. Castigaba negando las Exequias —es decir, la Recomendación del alma, y la celebración de las Misas de cuerpo presente, de séptimo y trigésimo día— a aquellos que postulasen la cremación de su cadáver.
La Iglesia se opone a la antiquísima tradición que remonta a los propios orígenes de la humanidad y que radica en los justos sentimientos de reverencia hacia el cuerpo humano, santificado por la intimidad con el alma elevada por la gracia, que lo convierte en templo vivo del Espíritu Santo. La posición actual ley de la Iglesia surge del Concilio Vaticano II, que al tratar de las exequias eclesiásticas dice lo siguiente:
“La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana” (Código de Derecho Canónico, canon 1176 §3).
En los casos en que razones psicológicas (ciertas neurosis de ser enterrado vivo) u otras razones lleven a alguien a desear la cremación (o en los casos de calamidades antes mencionados), las cenizas del difunto deben ser guardadas con respeto, como las cenizas retiradas de la sepultura cuando se completa la deterioración del cadáver por medio de la corrupción orgánica. El lugar apropiado para guardarlas son las urnas en los cementerios donde las personas pueden ir a rezar y recordar piadosamente al finado. Pero cualquier lugar digno puede ser utilizado.
Enterrar a los muertos es una de las obras de misericordia y a ella se dedicaron innumerables cofradías piadosas durante los siglos en que la fe predominó en la sociedad occidental. Lo más importante, sin embargo, es rezar por las almas de los fallecidos. La Iglesia entiende que en virtud de la caridad que demostremos hacia ellas.
En 1963, la Iglesia Católica reconoció la legitimidad de la práctica crematoria siempre que no se elija por motivos contrarios a la doctrina cristiana.
La misma opinión ha sido reafirmada en tiempos más recientes a través de la difusión de la Instrucción “Ad resurgendum cum Christo”, donde se reitera que «Cuando razones higiénicas, económicas o sociales lleven a elegir la cremación, elección que no debe ser contraria a la o voluntad razonablemente presunta del fiel difunto, la Iglesia no ve razones doctrinales para impedir esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.”
La posición de la Iglesia Católica sobre la cremación es pues clara y favorable. Al mismo tiempo, sin embargo, no hay que olvidar que la Iglesia Católica sigue fomentando el entierro del cadáver.
La Iglesia Católica favorece el entierro para distanciarse de las religiones orientales, que creen que el destino final del cuerpo debe ser la desintegración (en Japón y la India, donde el budismo es la religión dominante, el fuego es parte integral de los ritos funerarios).
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