Gaza
- Editorial Semana

- 9 oct
- 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Hace menos de un siglo que el mundo enfrentó la Segunda Guerra Mundial. El saldo en vidas humanas se estima entre 60 y 70 millones de soldados y civiles, y sobre seis millones de judíos en ese Holocausto. La totalidad de muertos es igual a la quinta parte de la población actual de Estados Unidos. Para entenderlo gráfica y crudamente, la Segunda Guerra Mundial eliminó un número equivalente a todos los pobladores de California, Florida, la mitad de Nueva York, más toda la diáspora puertorriqueña.
Esta tragedia mundial tiene secuelas en sus sobrevivientes que aún recuerdan la persecución, el abuso físico y emocional, violación de derechos humanos, hacinamiento en condiciones infrahumanas en campos de concentración, hambre, la experimentación morbosa con el cuerpo y la salud de muchos secuestrados, y la desaparición de sus allegados. Incluso, familias completas desvanecieron para siempre en campos de concentración y fosas comunes. Además de una mácula en la historia, es un signo aterrador sobre las consecuencias del autoritarismo, la xenofobia y la ambición económica, en este caso del líder psicópata de la Alemania Nazi de entonces, Adolfo Hitler, sus homólogos de Italia y Japón, y la enajenación de sus ciudadanos y milicianos, cómplices de pensamiento, palabra, obra y omisión, adelantando una agenda de exterminio basada en el odio.
Hoy, atestiguamos el genocidio de decenas de miles de palestinos en Gaza, y sobre 217 periodistas y recursos de medios, 120 académicos y más de 225 voluntarios y trabajadores de ayuda humanitaria, incluyendo 179 empleados de Naciones Unidas. Hay quienes afirman que el número de víctimas supera los cientos de miles, mientras cerca de dos millones viven desplazados y al borde de la muerte por falta de agua, alimentos, acceso a servicios médicos, y la destrucción de hogares y comunidades enteras. El número de desplazados es deleznable, obligando a familias a vivir en tiendas, cerca de vertederos o a la intemperie. De acuerdo con Naciones Unidas, solo funcionan 12 cocinas en el norte de Gaza para preparar alimentos, mientras el ejército sionista israelí -que no son necesariamente judíos, sino colonos desplazando palestinos-, impide la entrada de misiones humanitarias, y a pesar de las conversaciones que se llevan a cabo para adelantar un plan para la paz, los bombardeos y disparos de los sionistas continúan sin tregua ni consecuencias.
Muchos creen que esta crisis inició hace dos años. La realidad es que el mal llamado conflicto árabe-israelí, que verdaderamente trata del exterminio sistemático de víctimas inocentes, en su mayoría mujeres y niños palestinos, data de décadas, y no da señales de cesar.
La semana pasada, integrantes de la Flotilla de Libertad Sumud, signo abanderado de misión humanitaria que llevaba cantidades modestas de alimentos y medicamentos, resultó en el arresto y trato brutal de voluntarios por parte de los sionistas. Esto logró dar mayor visibilidad a este genocidio.
Las imágenes de niños muriendo de hambre, instalaciones médicas destruidas, médicos y recursos de salud masacrados y convoyes con ayuda humanitaria embargada por el ejército sionista están desvelándose ante nuestros ojos, mientras los países poderosos expresan un rechazo tímido a este genocidio. Muchos ciudadanos del mundo están manifestando su repudio a estos eventos. Destacamos a la valerosa puertorriqueña, Zuleyka Morales Rivera, de la Flotilla Sumud, que también fue arrestada construyendo paz, y ha trascendido que fue víctima de malos tratos y tortura antes de que países europeos intercedieran para su liberación. Es hora de que todos, particularmente nuestros líderes políticos y religiosos, exijamos el cese inmediato de esta tragedia.





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