A partirlo en dos
- Editorial Semana

- 2 oct
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Por: Lilliam Maldonado Cordero
Dos mujeres se acercaron al bíblico Rey Salomón para resolver una disputa. Ambas reclamaban ser la madre de un mismo niño. De acuerdo con el relato, las dos vivían juntas y tuvieron, cada una, un hijo, pero uno de ellos murió durante la noche. La madre del niño muerto reclamaba al bebé vivo como suyo. Parecía imposible resolver la disputa.
Salomón tronó los dedos, llamó a sus guardias y ordenó: “Pártanlo en dos y le dan una mitad a cada mujer”. Al escuchar tan cruento dictamen, la madre del bebé suplicó al rey que retirara la orden y lo entregaran a la otra mujer. Mientras, la impostora insistía en que lo partieran.
Imaginamos la escena: el guardia todavía tendría levantado al pequeño sostenido por una de sus piernitas, mientras con la otra mano mantenía el sable alzado para ejecutar la sentencia. Quizás el único ruido que podría escucharse entre el silencio era el palpitar del corazón de la verdadera madre. Serían segundos devastadores para cualquiera que estuviera siendo testigo de este evento. Pero, cuando Salomón escuchó a la mujer suplicando que no mataran al niño y lo entregaran a la otra, de inmediato supo quién era la verdadera madre, y ordenó que le devolvieran su criatura.
En la vida, en muchas ocasiones hemos tenido que enfrentar la dura decisión de ceder en asuntos en los que sabíamos que teníamos la razón, y ya sea por principios, disciplina o “el bien mayor”, optamos por replegarnos, reconociendo que el bienestar colectivo supera el interés personal.
Así mismo, muchos hemos atestiguado eventos en los cuales dos o más intereses encontrados se enfrentan para lograr un objetivo particular. Lo hemos visto en ocasiones ordinarias y del diario vivir, y otros en procesos más complejos, como procedimientos legales o de naturaleza adversativa no jurídica. Es en esas ocasiones cuando se pone a prueba el carácter, la decencia y la ética de las personas. También, para los más suspicaces, es la oportunidad para probar la calidad intrínseca de los verdaderos líderes.
En un entorno donde reina la desavenencia, el menosprecio por la verdad y la alabanza a la mediocridad y la mendacidad, es más importante que nunca asirnos del equipamiento moral que nos han enseñado en la casa, como decimos coloquialmente. Nadie puede dar lo que no ha recibido. La persona que necesita recurrir a la mentira para adelantar su causa o quien mira para el lado cuando ve una injusticia y no interviene o, peor, la avala, demuestra falta de integridad. Este valor, llamado integridad, es la suma de la honestidad, honradez, sentido de responsabilidad, respeto por sí mismo y por los demás, control emocional, lealtad, disciplina y coherencia en los valores que promulga con sus actos y las decisiones que asume. Una persona que se ufana de ser recta y justa, pero actúa al margen de estos principios elementales de respeto a la dignidad humana, no es alguien en quien se pueda confiar. Todo lo anterior define el principio universal de la integridad.
Salomón actuó de forma íntegra y cabal en este relato, que nos sirve de ejemplo a la hora de pasar juicio sobre aquellos que, en lugar de escuchar a la verdadera madre de la criatura, dispuesta a renunciar al niño para que viva, optan por partirlo en dos para complacer a la mentirosa. Cuando nos encontremos ante ciertas encrucijadas, seamos éticos. Aunque no lo notemos, estamos siendo activamente juzgados por una inteligencia superior.





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