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Ansiedad climática: un reto que nos une

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 4 sept
  • 2 Min. de lectura

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Por: Myrna L. Carrión Parrilla


En Puerto Rico estamos acostumbrados a mirar al cielo con atención. El calor sofocante, los huracanes, las lluvias repentinas y hasta la amenaza de sequías forman parte de nuestra vida diaria. Pero más allá de los daños materiales y económicos que estos fenómenos provocan, existe un impacto silencioso que pocas veces se conversa: el efecto en nuestra salud mental.


Un estudio reciente reveló que casi un tercio de los puertorriqueños experimenta ansiedad climática, es decir, preocupación constante, miedo o angustia por los efectos presentes y futuros del cambio climático. Además, más de la mitad de nuestra población ha vivido algún tipo de trauma vinculado a huracanes, tormentas o emergencias ambientales. Esto significa que, aunque a veces tratemos de aparentar normalidad, en nuestro interior cargamos con una tensión emocional que afecta nuestro bienestar individual y colectiva.


No es difícil entender de dónde viene esa ansiedad. Cada temporada de huracanes revive recuerdos de noches sin luz, filas interminables para conseguir gasolina o agua, pérdidas materiales irreparables y, en muchos casos, duelos por seres queridos. A eso se suman los calores extremos que hoy interrumpen el aprendizaje en nuestras escuelas, el aumento en el costo de la electricidad para mantener un ventilador o un aire acondicionado, y la sensación de que la vida cotidiana se complica con cada nueva ola de calor o cada apagón.


La ansiedad climática no es una exageración ni un invento. Es una reacción humana ante la vulnerabilidad. El problema surge cuando ese sentimiento se convierte en desesperanza o en parálisis, cuando pensamos: “nada de lo que hagamos servirá de algo”.


Ahí es donde entra en juego la fuerza de la comunidad. Los estudios muestran que quienes participan en proyectos comunitarios de resiliencia, como brigadas de limpieza de ríos, siembras urbanas, comités de respuesta vecinal o huertos escolare, reportan niveles más bajos de ansiedad. ¿Por qué? Porque el sentido de acción compartida devuelve el control. Saber que, juntos, podemos prepararnos y apoyarnos frente a la emergencia transforma el miedo en capacidad de respuesta.


Puerto Rico tiene ejemplos inspiradores: comunidades que han instalado placas solares colectivas, redes de apoyo que cuidan a personas mayores en situaciones de apagón, organizaciones que capacitan a jóvenes en agricultura sostenible y proyectos de salud mental comunitaria que promueven el autocuidado después de cada huracán. Estas iniciativas son pequeños oasis de esperanza que nos recuerdan que no estamos solos frente a los retos climáticos.


El cambio climático es real y sus efectos continuarán desafiando nuestra cotidianidad. Pero también es real la fuerza de nuestras comunidades. Reconocer la ansiedad climática como un fenómeno legítimo nos invita a buscar soluciones creativas y solidarias.


La ansiedad climática puede ser un peso difícil de cargar en soledad. Sin embargo, cuando se comparte y se transforma en acción comunitaria, se convierte en motor de cambio. se es el reto y la oportunidad que tenemos por delante como pueblo: demostrar, una vez más, que juntos podemos más.

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