Criar en tiempos inciertos
- Editorial Semana

- hace 5 días
- 2 Min. de lectura

Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Criar hoy se ha convertido en un verdadero acto de valentía. Ser padre, madre, custodio o maestro en este tiempo exige más discernimiento, firmeza y fe que nunca. No solo porque el mundo ha cambiado, sino porque las reglas del juego sobre lo que significa educar, orientar y corregir también han sido transformadas por leyes, discursos psicológicos y movimientos sociales que, aunque bien intencionados, a menudo terminan dejando a los adultos responsables en una posición vulnerable, temerosa o confundida.
Antes, la autoridad del hogar y la escuela era un pilar incuestionable. Hoy, sin embargo, muchos padres y maestros sienten que caminan sobre una cuerda floja: cualquier corrección puede ser malinterpretada, cualquier palabra puede ofender, y cualquier decisión disciplinaria puede ser vista como una amenaza a los derechos del menor. La consecuencia es un clima de miedo y autocensura que no beneficia a nadie, y que termina debilitando los lazos de respeto, responsabilidad y límites que toda relación educativa necesita para florecer.
No se trata de añorar los tiempos del castigo o la imposición, sino de reconocer que el péndulo social se ha movido hacia un extremo donde el adulto ha perdido parte de su voz. La psicología moderna, al poner tanto énfasis en la autonomía y la autoestima del niño, ha olvidado a veces que el rol del adulto no es complacer, sino guiar; no es aprobar, sino formar. Sin límites claros, sin consecuencias naturales, los niños crecen con la idea de que toda emoción debe ser satisfecha y que toda autoridad es opresiva. Eso, a la larga, genera frustración, ansiedad y una profunda desconexión con la realidad.
A esto se suma la complejidad legal. Muchos padres viven con miedo de corregir a sus hijos por temor a ser acusados de maltrato. Los maestros, por su parte, enfrentan denuncias por intentar poner orden o llamar la atención de un estudiante. El resultado es un sistema donde quienes deben educar se sienten desarmados, y quienes deben aprender, desorientados. La ley, que debería proteger a todos, a veces termina convirtiéndose en una barrera que impide la formación sana y el ejercicio responsable de la autoridad.
Pero no todo está perdido. Criar en estos tiempos requiere valentía, sí, pero también sabiduría y comunidad. Los padres y maestros necesitan recuperar espacios de diálogo, formación y apoyo mutuo. Es momento de defender la autoridad desde el amor, la firmeza desde la empatía, y el respeto desde el ejemplo. La verdadera disciplina no humilla ni somete; orienta, corrige y educa. La verdadera crianza no teme a las leyes ni a la psicología, porque se sostiene en el sentido común, los valores y la coherencia.
Nuestros niños y jóvenes necesitan adultos que no se rindan, que no teman ejercer su rol formador. Que entiendan que amar también implica decir “no”, que proteger incluye enseñar a enfrentar la frustración, y que educar no es solo transmitir conocimiento, sino forjar carácter.
Criar hoy es, más que nunca, un acto de resistencia amorosa. Y quizás esa sea la tarea más urgente: rescatar el valor de educar con firmeza, sin miedo y con el convencimiento de que formar seres humanos plenos y responsables sigue siendo la misión más noble de todas.






Comentarios