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Cómplices del imperialismo colonial

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 24 jul
  • 2 Min. de lectura

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Por: Prof. Luis Dómenech Sepúlveda


“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos” (Simone de Beauvoir – novelista francés)


En las colonias, lo menos que esperamos de los ciudadanos intelectualmente más ilustrados (académicos, abogados, científicos, escritores, pensadores) es que representen y se conviertan en portavoces de la consciencia nacional conducente a la emancipación política de sus respectivos pueblos. Pero, salvo en casos excepcionales, ese no ha sido el caso en Puerto Rico. Como se sabe, a través de la historia los imperios más codiciosos e inescrupulosos han pretendido controlar todo cuanto les sea posible con el burdo propósito de controlar no solamente la riqueza de los países más indefensos y vulnerables, sino para fortalecer sus mezquinos intereses geopolíticos, hegemónicos y económicos. Y la historia no miente. Esa ha sido la realidad histórica de Grecia, Persia, Roma, Inglaterra, Francia, Portugal, España, Holanda, Dinamarca, China, Unión Soviética y Estados Unidos.


Sin bien es cierto que, alrededor de 140 países han logrado su emancipación política desde la fundación de las Naciones Unidas (ONU) en 1945, no es menos cierto que aún existen alrededor de 20 países subyugados ante la obstinación de las metrópolis imperiales. Países como Hong Kong, Taiwán, Sáhara Occidental, Bermudas, Islas Caimán, Islas Vírgenes (británicas y estadounidenses), Palestina, Montserrat, Aruba, Bonaire, Curazao, Samoa Americana, Kosovo, Gibraltar, Groenlandia, Guam, Islas Marshall y Puerto Rico, entre otros, carecen de poderes plenarios para gobernarse a sí mismos en paz y armonía con los demás países libres del planeta.


Desde luego, los pueblos que han logrado su independencia han sido históricamente motivados por líderes con un alto nivel de ética y moralidad pública. Es decir, lideres con una insobornable consciencia nacional. En Puerto Rico, aunque hemos contado con próceres independentistas de la magnitud histórica de Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, Lola Rodríguez de Tió, José De Diego, Pedro Albizu Campos, Gilberto Concepción de Gracia, Rubén Berrios, Juan Mari Bras y Lolita Lebrón, cada uno de los cuales lucharon incansablemente por el honor, la dignidad y la emancipación de nuestro país, no es menos cierto que, a la altura del siglo 21, continuamos cargando el carimbo colonial de los pasados 532 años.


En cambio, la mayoría de los líderes ilustrados del bipartidismo colonial de nuestra historia, motivados por prebendas, lentejas y privilegios, optaron por ser cómplices y aduladores incondicionales de los grandes intereses del implacable colonizador. Y, por supuesto, los efectos existenciales de esa relación de subordinación, sumisión y servilismo son más que elocuentes. Los trastornos y desequilibrios emocionales por los que atraviesa nuestro país a la altura del siglo 21 son, sin duda, producto inequívoco de nuestra condición colonial.


A esa lastimosa lista de cómplices y aduladores del imperialismo colonial pertenecen, entre otros, José Celso Barbosa, Luis Muñoz Rivera, Luis Muñoz Marín, Rafael Martínez Nadal, Ernesto Ramos Antonini, Severo Colberg Ramírez, Roberto Sánchez Vilella, Jaime Benítez, José Arsenio Torres, Miguel Hernández Agosto, Luis A. Ferré, Carlos Romero Barceló, Rony Jarabo y Rafael Hernández Colón. Todos los demás son sus herederos políticos.

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