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La transformación de la pobreza contemporánea (parte III)

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    Editorial Semana
  • hace 6 días
  • 3 Min. de lectura

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Por: Juan Illich Hernández


Al ir atando los distintos cabos sueltos que hemos ido trayendo a la mesa de reflexión acerca de cómo analizar y redefinir al interminable problema social de la pobreza, encontramos que el razonable analgésico o remedio curativo para minimizar dicho fenómeno es ahora tener un pensamiento optimizable. Sin embargo, el introducir de manera errónea y sobre todo ultraviolenta al dispositivo de la maximización a nuestra vida cotidiana, lo que se intenta interponer es el proceso de autoconciencia que bien caracteriza el tener conciencia de sí. Además, el hecho de promover la optimización en esta era contemporánea implica funcionar y trabajar como mero siervo, cosa que, si lo traducimos en la filosofía hegeliana, descansa en eliminar el propio proceso de la dialéctica. De esta manera se desacredita por completo el poder llegar autónomamente a la autoconciencia mediante el innato impulso del deseo ya que anda apresado por la cultura.


Si llevamos a otro nivel de significancia histórica y cultural a la pobreza, detectamos que, desde la misma industrialización, es decir, pleno siglo XVIII en adelante bajo el foco Occidental, su destino cada vez fue tornándose en uno más metafísico. Es decir, que su rostro representativo o antifaz va cobrando otro término y valor a nivel actual. Frente a los cambios irreparables que trajo consigo la industrialización como son la sobreproducción, calculación del tiempo, precisión y eficiencia laboral sale a la luz el concepto de la optimización. Gracias al giro drástico que dio la psicología y el mismo trabajo acontece no solo una especie de vacío en la sociedad y cultura, sino también una crisis de las áreas del saber. De ahí la necesidad de empatar a las ciencias de la conducta con el campo industrial/organizacional en pleno despliegue de la modernidad y primera guerra mundial en el 1908-1911.


Con el terrible suceso de las guerras mundiales e interconexión de la psicología versus trabajo se incorpora al menú de análisis e investigación la autoeficacia u optimización para fines de evaluar el rendimiento en el espacio laboral. Aunque estos propósitos vengan alineados a lo que seria desarrollo de personal, eficiencia, productividad, entre otros ingredientes claves heredados de la fase industrial, hoy son reinventados. Tal efecto, es debido a que solamente este concepto de la optimización privilegia a quienes aplican la delirante receta de la sofocante aspiración del “seamos felices” en nombre del triunfo y la venidera autorrealización que bloquea al dolor.


Es en ese sentido, que podríamos reubicar y redefinir a la noción de lo que significa para el capitalismo salvaje la pobreza contemporánea en la carencia del pensamiento crítico. Quiérase decir, que ya ni es fundamental el hacerse la pregunta si somos dueños de nuestras propias vidas o peor aún de negocios. Evidentemente, de lo que se trata es de condicionar el refuerzo repetitivo de la validación y autoeficacia social vía la optimización, que resulta ser un proceso circular que nunca para de moverse e inclusive cerrarse.


Toda esta trama social, cultural, económica, política y psicológica tiene como consecuencia el colapso del pensamiento crítico, porque no solamente evita asimilar el dolor, sino que también suprime como mecanismo de defensa el reflexionarse/repensarse por sí mismo. Ante esta agobiante y “pesada carga” de lo que es el bienestar psicológico, tristemente el ser social explora posibles alternativas de autosabotaje para fugarse de las responsabilidades y exigencias ético- sociales que corresponden. Por tal motivo es que recurre a medios opioides e irreales como influencers fatulos, libre de auto-salvación para proseguir un modelo disque de superación… (Continuará)

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