Por: Juan Ilich Hernández
Al transitar en la calle y contemplar cuán virulenta está la atmosfera social, tanto a nivel isla como en general, resulta autocrítico hacerse las siguientes preguntas reflexivas: ¿Cuántas personas andan bajo un estado de automatización o condicionamiento operante (refuerzo de una conducta) con sus dispositivos electrónicos? ¿Cuál es el tipo de normativa y conducta que predomina en las calles? Si hacemos la observación etnográfica a nivel macro, encontramos que prácticamente más de la mayoría de las masas andan enajenadas en su burbuja individual, escuchando y consumiendo lo que apetecen. Según nos expone el sociólogo Erving Goffman (1953) “Cuando un individuo esta por primera vez en presencia de otros, lo más normal es que estos intenten conseguir información sobre él” (p.13). Sin embargo, en estos tiempos ultrarrápidos y ciberhumanos en los que nos situamos, puede irse apreciando con mayor certeza y cientificidad que tales planteamientos que señala Goffman son hoy unos totalmente trivializados. Y esto es debido a que cada día que pasa, el ser humano moderno-tardío de estos momentos históricos va compenetrándose más no solo con lo técnico- científico, sino también con sus reinvenciones que muestran ser mucho más egocéntricas e individualistas de lo que nos exponen los medios comunicacionales.
A través de estos desarrollos culturales, es que notamos cómo el lenguaje cibernético ha ido modificado, tanto a los significantes (seres humanos) como significados (entendidos sociales). Es por ello, que cuando hacemos el ejercicio de andar a pie en la misma calle, predomina una mayoría evidente de personas que, en lugar de estar atentos a la acera o vía, sea en bicicleta, caminando, corriendo, etc. están ofuscados con su teléfono inteligente y entorno perfecto con auriculares. Lo característico y neurálgico de toda esta rampante problemática es que precisamente aparte de efectuarse un ausentismo de calidez humana en las calles como el decir “Buenas tardes”, “Con permiso”, “Saludos”, “Cuidado”, “¿Necesita ayuda para cruzar?”, etc. coexiste un estado de ensimismamiento colmado de miedos y pensamientos intrusivos que llevan como mensaje una inflamante hostilidad.
Siguiendo por esta línea de pensamiento, observamos que otro de los comportamientos más sobresalientes e inclusive preocupantes que se impone en todo tipo de espacio es el estrés social. Tan sobredeterminante como nos diría Louis Althusser (1960) ha sido esta conducta sociocultural, que cuando salimos nada más como simples caminantes o conductores, sensaciones como la ansiedad, el burn-out (quemazón) laboral, la depresión, entre otros, logran empatarse con el malestar cultural que nos arropa a diario. Desde este evidentemente modo es que alcanzamos a apreciar otras variantes afectivas, justamente como es el mar de intensificaciones que trae el ambiente y la misma calle. Ambos emanan ese verdadero sentimiento psicosocial de ansiedad que transfiere no solo las emociones, sino también el mismo contexto sociocultural.
En efecto, aún estableciéndose una altísima difusión política contra lo que son los estereotipos e inclusive etiquetajes por etnia, género, sexo, vestimenta, tatuajes, entre otros rasgos que bien podrían generar exclusión social, este estado automatizado que domina en la calle ha logrado maquillar la violencia en su máxima expresión. Tal situación, bien se nos refleja en las diversas reyertas de carro a carro y/o acosos callejeros. Esta es una de las razones por la que el Estado no del todo se inmiscuye en este tipo de índoles.
Así que, se nos hace más que fundamental el partir de este enfoque observatorio proactivo para no meramente visibilizar lo invisibilizado por las altas esferas de poder, sino también para valorar significativamente las cosas desde otra mirada científica y consciente… (Continuará)
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