Desgaritados
- Editorial Semana
- 20 mar
- 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Vivimos en una sociedad de consumo y desecho. Este modelo económico está caracterizado por la compra desmedida y masiva de bienes y servicios, utilizando como vehículos la publicidad y la presión de grupo que impulsa el deseo de poseer cosas muchas veces innecesarias. Este comportamiento de producción y consumo resulta en la generación de enormes cantidades de desperdicios y residuos que terminan en los vertederos y áreas públicas, añadiendo gastos a los entes públicos municipales y estatales para su manejo y disposición.
El aspecto distintivo de esta conducta propia del consumismo es la falsa idea de solo a través de la adquisición de bienes y servicios es que se puede alcanzar la felicidad. La compra desmedida y no planificada de artículos que están de moda resulta, no solo en ansiedad y endeudamiento de muchos, sino en la producción de desechos que terminan contaminando el entorno, y costando más recursos, como electricidad, gas, suelo, agua y aire, con el consabido impacto en detrimento del ambiente y los recursos naturales.
Es pertinente recordar que los recursos naturales son limitados, por lo que talar árboles, usar textiles para ropa, carteras y calzado, agua, y electricidad de origen fósil para su producción resultarán en el agotamiento de recursos que, una vez consumidos, no regresarán. Ejemplo de estos son los plásticos de un solo uso, entre ellos bolsitas y botellas desechables que terminan causando serias complicaciones de salud -incluyendo el cáncer-, y acaban ensuciando nuestros cuerpos de agua y sistemas de disposición sanitaria. También, el afán de tener productos electrónicos de última generación a pesar de contar con aparatos aún son modernos y que todavía poseen utilidad. Otro ejemplo es la compra de ropa de moda con el único fin de cambiar al color del momento o el pantalón de estilo, llevándonos a descartar frecuentemente ropa en excelente estado.
Las consecuencias sociales de la cultura de descarte no solo impactan nuestro entorno. También, el afán de producir, vender y eliminar implica, muchas veces, la explotación laboral, la desigualdad y la inequidad. Esto es así, pues los dueños de los procesos de producción buscarán hacer sus productos de la manera más económica y rápida posible, implicando el abuso de los recursos y de la mano de obra, muchas veces exponiendo hasta a niños a condiciones de vida precarias y abusivas.
Es como consecuencia de este modelo, en gran medida, que también hemos desarrollado la costumbre de no vivir ni disfrutar del momento, del día de hoy. Seguramente no lo hemos racionalizado, pero basta con observar nuestro comportamiento individual y colectivo. Ya no solo tenemos que botar ropa y zapatos en perfecto estado, o cambiar el portátil o la computadora cada año. Ahora, en cuanto llegan los meses de la primavera, ya estamos planificando gastar para el verano, y cuando llega el verano, no podemos esperar las Navidades. Los negocios empiezan a decorar con semanas y hasta meses de anticipación con elementos temáticos de festividades futuras y hasta ajenas a nuestra cultura y folclor, llevándonos desgaritados a vivir para consumir. Así, renunciamos al placer de gozarnos de los atardeceres del verano plenamente, o de nuestras fiestas navideñas anticipando las compras para el día de San Valentín.
Cultivemos en nosotros y nuestros niños y jóvenes el rechazo a la presión de gastar y desechar. Desarrollemos sensibilidad por el consumo responsable y sostenible, y vivamos con intensidad y agradecimiento el día de hoy. Mañana será otro día.
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