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  • Foto del escritorEditorial Semana

Divina humanidad




Por: Lilliam Maldonado Cordero


Las lecturas bíblicas relacionadas con la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth durante la observación de la Semana Santa nos revelan distintos relatos, entre ellos el de una mujer llamada María, que en días cercanos a la muerte de Cristo vertió sobre él un costoso perfume ante los ojos escrutadores de sus discípulos. Aunque existe debate sobre cuál de las Marías fue la figura central de este hermoso relato, todo apunta a que fue María de Betania -hermana de Lázaro y Marta- aquella que derramó el bálsamo sobre su amado maestro.


En este pasaje del evangelista Mateo se relata que Jesús y sus discípulos se encontraban prestos a comer en casa de Simón, quien había sido sanado de lepra por Cristo. Entonces, su hermana María abrió un recipiente de perfume muy costoso ungiendo el cabello y los pies de Jesús. Los discípulos la criticaron por este gesto, aduciendo que era mejor vender el perfume para dar de comer a los pobres. A pesar de tener razón material en lo que decían, al parecer lo hacían para impresionar al maestro. Poco tardó Jesús en exponer con su sabiduría la profundidad del gesto de la mujer. “Pero es que a los pobres los tienen siempre cerca, pero a mí no me tendrán para siempre”, les dijo anticipando su muerte y transformación.


¿Por qué este Jesús, que pactó una nueva manera de acercarnos a su padre desde el amor y la compasión, planteaba a sus discípulos una reprensión contradictoria a su mensaje del deber de ayudar a los pobres a quienes llamaba los herederos de la tierra? ¿Prefería entonces el lujo de ser ungido en lugar de que un bien costoso fuese canjeado para dar de comer a los desposeídos? En manera alguna.


María, que era una de sus más cercanas seguidoras, ya había sido defendida por Jesús en un relato anterior, específicamente cuando su hermana, Marta, se quejó al Señor porque María prefería estar sentada escuchándolo mientras ella estaba afanada cocinando, limpiando y sirviendo a los demás. Otras mujeres que también encontraron el favor de Jesús lo fueron María Magdalena, la mujer hemorroísa y tantas otras víctimas de un sistema segregacionista que lo seguían incondicionalmente, pues reconocían en él un amor sin prejuicios y su piedad por los pequeños y las pequeñas de la tierra.


Regresando al contexto evangélico anterior, mientras María de Betania ungía a su maestro, los discípulos se disputaban sobre quién sería su sucesor. Es decir, en ese momento algunos pensaban egoístamente sobre su porvenir esperando recibir recompensa por su lealtad. En cambio, María estaba escuchándolo desinteresadamente para nutrirse de sus palabras. ¿Habría intuido ella, proféticamente, que su muerte estaba próxima y quería ungirlo, o como dijo el mismo Jesús, embalsamarlo, reconociendo el martirio que le esperaba? Ciertamente, el que fuera divino no lo hacía menos humano en ese momento. Jesús necesitaba ser ungido y María lo hizo.


Ya estamos inmersos en la observación de la Semana Mayor para el mundo cristiano. Más allá de celebrar los ritos propios de estos días, se nos presenta una nueva oportunidad para reflexionar, no solo en la elocuencia de su mensaje, sino en aquellas sutilezas escondidas detrás de este personaje singular llamado Jesús. Sin renunciar al dolor de su humanidad, nos propuso un pacto en el que la riqueza y las obras son una futilidad si no están acompañadas y motivadas por el amor y el desprendimiento.

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