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Educar: un acto de esperanza

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 7 ago
  • 2 Min. de lectura

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Por: Myrna L. Carrión Parrilla


En un mundo que cambia con rapidez, que a menudo nos enfrenta con noticias desalentadoras y desafíos cada vez más complejos, iniciar un nuevo año escolar es, sin lugar a dudas, un acto de esperanza. Más que abrir salones, desempacar libros o ajustar uniformes, cada agosto abrimos las puertas a la posibilidad de un mañana mejor. Educar no es solo enseñar contenidos, es creer que sembrar valores, disciplina, sensibilidad y conocimiento hoy, dará frutos mañana. Educar es creer en lo que aún no se ve.


Cada estudiante que llega a nuestras aulas trae consigo una historia, una realidad, una mirada única. Algunos vienen con alegría y entusiasmo, otros, con temor, inseguridades o hasta apatía. Pero todos, sin excepción, llegan con una necesidad compartida: la de ser acompañados por adultos que crean en ellos, que los miren con respeto, que los desafíen y sobre todo, que no se rindan.


Este nuevo año académico nos invita a renovar nuestros votos con la misión más noble que existe: formar seres humanos con capacidad de pensar, de sentir, de amar, de transformar. Es una oportunidad para recordar que, incluso con recursos limitados o ante situaciones difíciles, podemos hacer la diferencia. Lo que se siembra con amor y coherencia, siempre encuentra tierra fértil.


Educar desde la esperanza no significa ignorar los retos. Significa enfrentarlos con valentía y creatividad. Significa reconocer que, aunque no podemos controlar todo lo que sucede fuera del entorno escolar, sí podemos construir dentro de nuestras instituciones un microcosmos donde reine el respeto, la empatía, el trabajo bien hecho y la búsqueda del bien común.


Hoy más que nunca necesitamos educadores que abracen su vocación con fe, que vean más allá de las pruebas estandarizadas, los informes y los calendarios. Maestros y maestras que abracen a sus estudiantes con la mirada, que los levanten con palabras, que no olviden nunca que detrás de cada pupitre hay una vida que puede ser tocada para siempre. También necesitamos familias que confíen, que se involucren, que acompañen el proceso con presencia y colaboración. La educación no es tarea de uno, es compromiso de todos.


A quienes trabajamos en escuelas, a los padres, madres, abuelos, voluntarios, consejeros y líderes comunitarios: ¡Gracias! Gracias por creer, por insistir, por no abandonar la meta, aun cuando parezca cuesta arriba. Su ejemplo inspira. Su entrega sostiene. Su amor deja huellas.


Y a nuestros niños, niñas y jóvenes: sepan que este nuevo comienzo es suyo. Que cada página que escriban en este año escolar puede acercarlos un paso más a sus sueños. Que cuentan con una red de adultos que quiere verlos crecer, que, apuesta por ustedes, que los ve no como cifras ni estadísticas, sino como promesas de luz.


Hoy volvemos a comenzar. Que este año nos encuentre más unidos, más compasivos, más convencidos de que la educación transforma. Que lo hagamos con pasión, con propósito y con la certeza de que, al educar, también nosotros nos renovamos.


Porque educar, en esencia, es un acto de amor. Y amar, siempre, es apostar al porvenir.

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