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El pnp en su convención decadente

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 16 oct
  • 2 Min. de lectura

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Por: José “Conny” Varela


La convención del Partido Nuevo Progresista celebrada la semana pasada no fue simplemente un acto partidista más; fue un termómetro que expuso con crudeza una crisis de rumbo y de discurso en una organización que hace tiempo dejó de ser un vehículo electoral para convertirse en un espectáculo cuyo contenido importa menos que su montaje.


Lo que vimos fue una sucesión de gestos y mascaradas que evocaron una comedia digna de bufones y trompetillas, un montaje que entretuvo a unos pocos pero que nada ofreció a la ciudadanía que busca respuestas serias.


La participación de figuras del pasado reciente —exgobernadores y líderes con historias políticas resonantes— debió ofrecer un espacio de autocrítica y propuestas. En cambio, la puesta en escena privilegió la fanfarria y la victimización, con mensajes diseñados más para negar la realidad infame de esa colectividad que para mostrarse como un partido de futuro. Ese formato, repetido y amplificado, redujo el debate a un conjunto de fórmulas previsibles: anuncios rimbombantes sin hoja de ruta, reclamos de poder sin asunción de errores y ataques políticos que evitan el examen riguroso de políticas públicas que afectan la vida cotidiana de los puertorriqueños.


Cuando una convención se transforma en espectáculo, el precio lo pagan la claridad y la seriedad. Los votantes, más allá del fervor de las tribunas, necesitan ver elaboración programática: propuestas verificables y mecanismos de implementación. Lo que prevaleció fueron promesas politiqueras, prácticas que alimentan la demagogia y erosionan la confianza institucional. Ese estilo pudo funcionar antes para movilizar, pero queda claro que no sirve para gobernar.


Además de un déficit de propuestas concretas, quedó en evidencia un estilo de gobernar que rehúye la responsabilidad. La narrativa dominante buscó neutralizar críticas con consignas y burlas, en vez de ofrecer explicaciones serias o planes de rectificación. Ese estilo nos recuerda que la política moderna no solo compite por votos, sino por credibilidad; y la credibilidad se construye con transparencia, coherencia y resultados, no con escenografías ni consignas.


La convención debería haber servido para recuperar un diálogo serio con el electorado, para reconocer errores y presentar una agenda que responda a problemas reales: economía, educación, salud y gobernanza. En lugar de eso, el evento dejó a muchos electores con la idea clara de que el PNP no entiende la magnitud de los retos del país.


Es claro que el primer desafío del PNP es recuperar la sobriedad del debate público y la responsabilidad en la palabra. Sin ese reencuentro con la seriedad, el Partido Nuevo Progresista simplemente quedará estancado en su evidente decadencia.


El autor es representante por Caguas

en la Cámara de Representantes

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