El resurgimiento del orgullo criollo y la puertorriqueñidad:
- Editorial Semana
- 24 jul
- 3 Min. de lectura

Por: Myrna L. Carrión Parrilla
En tiempos donde las identidades culturales parecen diluirse en medio de la globalización y el consumo masivo, algo inesperado ha ocurrido en Puerto Rico: el orgullo criollo ha resurgido con fuerza y con él, una reafirmación de nuestra puertorriqueñidad. Y aunque muchos factores contribuyen a este fenómeno, es innegable el rol que ha tenido Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido mundialmente como Bad Bunny, no solo como artista, sino como símbolo cultural de esta nueva afirmación nacional.
Desde su decisión de establecer su residencia en la isla, en lugar de trasladarse a centros de poder como Miami, Nueva York o Los Ángeles, como han hecho muchos artistas, Bad Bunny ha enviado un mensaje potente: se puede ser exitoso, relevante y global sin dejar de ser profundamente puertorriqueño. Esto ha generado un efecto dominó en la conciencia colectiva del pueblo, despertando un renovado respeto y aprecio por lo nuestro.
Bad Bunny representa una versión moderna del jíbaro rebelde, del joven que sin pedir permiso irrumpe en los espacios del mundo y lo hace con el acento, el sazón y la actitud que nos define. Y aunque no todos comulguemos con sus letras o su estilo irreverente , incluso con su lenguaje fuerte o confrontativo—, hay que reconocer que ha logrado posicionar a Puerto Rico en el mapa cultural de una manera pocas veces vista. Ha retado los estereotipos y ha visibilizado realidades sociales, económicas y culturales que muchas veces han sido ignoradas por los grandes medios.
Su presencia constante en Puerto Rico, su promoción de lugares locales, su defensa del medioambiente, su crítica abierta a la desigualdad, la corrupción o la gentrificación, lo han convertido en algo más que un artista: es una figura cultural de resistencia, una especie de altavoz que canaliza lo que muchos jóvenes sienten pero no siempre saben cómo expresar. Y ese poder, bien utilizado, tiene un valor incalculable para la construcción de identidad colectiva.
Lo que está ocurriendo es más grande que Bad Bunny. Es una ola de revalorización de la cultura criolla. Vemos cómo resurgen el interés por la música típica, por la gastronomía local, por los festivales de pueblo, por el español con sabor boricua, por el sentido de comunidad y por todo aquello que nos hace únicos. Jóvenes que antes soñaban con irse, hoy se sienten orgullosos de quedarse. Hay una apropiación del espacio, una afirmación del ser y un respeto creciente por lo nuestro.
La puertorriqueñidad ha dejado de verse como algo que hay que defender solo en momentos de crisis o de eventos deportivos. Ahora se vive y se celebra en lo cotidiano, en lo visual, en el lenguaje, en la moda, en el arte urbano y hasta en las redes sociales. Este resurgimiento tiene un impacto positivo en nuestra autoestima colectiva, en cómo nos proyectamos al mundo y en cómo nos respetamos a nosotros mismos.
No todo en esta historia es perfecto. Reconocemos que el uso de palabras ofensivas, frases crudas o expresiones controversiales no siempre representa lo mejor de nuestra cultura. Pero también comprendemos que la cultura no es estática ni purista; es viva, contradictoria, en evolución constante. Y si dentro de esa evolución logramos rescatar un sentido más fuerte de identidad, pertenencia y orgullo, entonces vale la pena observar, analizar y aprender.
En resumen, la residencia de Bad Bunny en Puerto Rico ha sido más que una elección personal. Ha sido un acto político, simbólico y cultural que ha reactivado la llama de la puertorriqueñidad en nuevas generaciones. Ha ayudado a sanar complejos coloniales, a revalorizar lo nuestro, y a recordarnos que ser puertorriqueño no es solo un dato de nacimiento, sino una forma de vida que merece ser reconocida, respetada y celebrada.
Comments