¿En nombre de quién?
- Editorial Semana

- 18 sept
- 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Debemos ver con preocupación cómo se ha vuelto costumbre usar a Dios públicamente para adelantar agendas políticas y personales, diseminando la mentira escudándose detrás de Él como subterfugio para manipular a las masas, inculcándoles creencias que responden a intereses particulares para promover y entronizar prejuicios. Esta estrategia de manipulación no es nueva.
Si recordamos la historia, que parece estar replicándose frente a nosotros, algunos líderes usaban a Dios como excusa para difundir el odio en sus discursos inflamatorios, afirmando la superioridad de unos sobre otros por designio divino. Esto no trata de cuestionar personas excepcionales que sí poseen ciertos dones espirituales, y sobre ellos podemos decir inequívocamente que por sus frutos son conocidos. Pero, son más aquellos que dicen hablar en nombre de Dios citando selectivamente alegorías y profecías fatuas para usar la divinidad de los libros sagrados en campañas favoreciendo sus prejuicios y buscando protagonismo.
En la actualidad, por ejemplo, existe un número cada vez mayor de “influencers”, ofreciendo “datos” como si fueran ciertos, buscando manipular a los incautos a creer falsedades que son parte de un diseño cuidadoso de desinformación sistemática. Vemos cómo la mendacidad va desplazando a la verdad. Por ejemplo, muchos de estos voceros afirman que los negros y los hispanos cometen más crímenes que los blancos en Estados Unidos, a sabiendas de que esto es falso. Veamos. Si los negros estadounidenses componen solo el 13% de esa población y el 27% de los arrestos, esto solo apunta a que los negros son más arrestados, en términos de la proporcionalidad poblacional al compararlos con los blancos que delinquen. Pero, lo cierto es que son muchos más blancos cometiendo crímenes que los negros.
El deber del gobierno y las organizaciones con tangencia en este asunto debe ser estudiar cuáles son los factores que llevan a las personas a delinquir, sean negros, blancos, hispanos u otros, y qué podemos hacer como sociedad para atender esta problemática. Permitir que la desinformación promueva falsamente que son más los criminales negros que los blancos para encender un clima de odio y prejuicios raciales, basándose en el color de piel, es perpetuar la inequidad, el odio y la xenofobia.
La toxicidad cada vez mayor de algunos “influencers” de usar el nombre y la palabra de Dios para impulsar sus proyectos políticos y divisivos, nos hace recordar a dos personajes de la historia y la literatura. Uno de ellos fue Diógenes, un filósofo de la antigua Grecia, cínico por definición, asceta por selección y crítico radical del convencionalismo de la sociedad que cuestionaba públicamente a quienes se ufanaban de ser sabios alejándose de las enseñanzas que prodigaba la vida cotidiana. Creía en la superioridad de la virtud por encima de las reglas sociales, y destacaba el valor del honor y la creencia de igualdad fundamental entre hombres y mujeres. El otro era Nietsche, con su Parábola del Loco, quien con una antorcha buscaba al Dios que la misma humanidad había matado, y ante un evento perdidoso tan grande, la humanidad se vería obligada a la introspección y la confrontación de sus actos, por ser propios.
Concretamente, hoy vemos el menoscabo de los derechos de las minorías de hispanos y negros, y las atrocidades de las guerras ante la indiferencia de los poderosos. Ojo, que los portaestandartes de nutrir el odio entre hermanos no poseen la voz de Dios: son manipuladores escondidos detrás de supuestos designios divinos. El Dios verdadero es fundamento de amor, perdón, valores, compasión, empatía y justicia.





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