Hermano contra hermano
- Editorial Semana

- 7 ago
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Por: Lilliam Maldonado Cordero
Lo que antes eran espacios para ponernos al día con los periódicos digitales o emisoras radiales, ver clips simpáticos mostrando curiosidades, o seguir la receta de un platillo especial, se ha transformado en una retahíla de noticias y actualizaciones digitales de asuntos preocupantes para toda la humanidad. Y no es lo mucho ni lo corridito, sino lo peligroso.
Estados Unidos, que había alcanzado un innegable desarrollo social, cultural y económico gracias a la acogida de inmigrantes para convertirse en el llamado melting pot, ha implantado una serie de políticas públicas que van desde el encarecimiento de la vida por la vía de la imposición de aranceles a medio planeta -con un impacto innegable sobre la clase media trabajadora, los pobres y marginados-, hasta la privación de la libertad, literalmente, por solo tener un perfil particular: latinos, asiáticos, indios y europeos estamos a merced del arresto por parte de las autoridades migratorias, sin importar si se posee o no residencia o ciudadanía estadounidense.
Más allá de consideraciones legales, éticas y morales, es preciso reflexionar sobre el efecto que esto tiene en la vida, en la humanidad, en la dignidad de las personas. Sabemos que un ejercicio de la soberanía de cualquier país es el derecho de imponer sus políticas de migración. Sin embargo, la aprehensión mediando el abuso de la fuerza, sin dar la oportunidad de presentar evidencia o el derecho de una defensa adecuada, han vulnerado profundamente la confianza de muchos, tanto al interior del país como de quienes lo veían como un destino seguro para vacacionar, estudiar y emprender iniciativas empresariales y comerciales.
Cada vez más frecuentemente, vemos el tiktok de alguien de ascendencia latina siendo hostigada por otra en algún lugar público, amenazándola con llamar a las agencias de inmigración para que sea arrestada y deportada. Lo asombroso es que muchos de los afectados son nacidos o naturalizados en Estados Unidos y tienen perfecto derecho de andar por la vida sin necesidad de temer por la pérdida de su libertad. Otros son arrestados sin mediar palabra mientras están de vacaciones o de visita en el país para realizar compras en sus principales ciudades. Algunos hasta han sido capturados y sumariados sin el debido proceso, separados de sus familias y depositados en celdas donde se hallan hacinados y en pobres condiciones, con mínima salubridad.
Ahora, la situación adquiere otros matices que trascienden nuestras jurisdicciones. En días recientes, los dos países con mayor poder bélico en el planeta se han amenazado mutuamente, uno de tomar la iniciativa adversarial si el otro no accede a ciertas demandas políticas, y el segundo asegura estar en posición de tomar represalias en un enfrentamiento que, sabemos, atenta no solo contra la paz y el orden mundial, sino contra la supervivencia de quienes navegamos en esta nave llamada Tierra.
Confiamos en que las aguas llegarán a su nivel en cuanto a este asomo de conflicto internacional, -más vale, si queremos salir ilesos-. De la misma manera, esperemos que la xenofobia e intolerancia se superen, ya sea porque la cordura regrese a los centros de poder de forma providencial, aunque, seguramente emane desde la base social o la evolución de sus instituciones. Los desafíos que estos cambios están generando en la economía mundial, particularmente en la estadounidense, deben alentar a los más poderosos y los grandes intereses a estimular el “regreso a la normalidad” lo más pronto posible. No podemos seguir viviendo en modalidad de “hermano contra hermano”.





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