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Heroicidad

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 20 feb
  • 3 Min. de lectura



Por: Lilliam Maldonado Cordero


En menos de que terminaran los dos primeros meses del 2025, -que ya constituyen la primera cuarta parte de un nuevo siglo de esperados avances de la humanidad-, en Puerto Rico somos testigos impotentes de cuatro feminicidios, el asesinato de dos niños de 8 y 13 años con múltiples heridos a manos de sicarios, y la muerte de tres personas con varios heridos por el regateo en nuestras vías públicas.


En un programa de opinión que se transmitió en días recientes, entrevistaron a dos jóvenes que se ufanaban por correr en motoras por las vías públicas interrumpiendo el tránsito y “wheeleando” como si fuera un deporte legal, exponiendo sus vidas y las de otros. La entrevista parecía normalizar la violación de la leyes de tránsito cuando estos muchachos llegaron a afirmar que los niños los veían como “héroes”. ¿Héroes? Hasta donde sabemos, el diccionario de la Real Academia Española define como héroe aquella “persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble”. Héroes son aquellos que muchas veces son perseguidos y sacrifican su vida y libertad por el bien de otros. ¡Hasta los héroes de los relatos de ficción delinquían para procurarle comida a los pobres o devolver a los desposeídos lo que les había robado el Señor Feudal! Cuando alguien atreve atribuirse la violación de las leyes para entretenerse como un logro extraordinario, comparándolo con aquello que alcanzan los adalides históricos y ficticios al costo de su vida y libertad para gestar cambios transformacionales y beneficiar a otros, es momento de pausar y evaluar nuestras prioridades y valores como sociedad.


En esta misma nota, cuando el más reciente feminicida fue interpelado por la prensa al ser arrestado este fin de semana, aseguró públicamente -sin mostrar un ápice de vergüenza o remordimiento-, que le entró a tiros a su esposa con una de sus tres armas legales porque “se estaba defendiendo”. Esto obliga al análisis: ¿Qué estamos enseñando a los niños y jóvenes para que se conviertan en adultos que justifican sus actuaciones y se creen el cuento de que su conducta antisocial es excusable?


Como sociedad, nos toca evaluar qué hacemos para evitar que estas tragedias se sigan replicando, y sin ver que existe una agenda pública o plan coherente para enfrentarlas. En lo que concierne a lo particular, a nosotros, los miembros civiles de este componente social, pensemos, ¿estamos enseñando a nuestros niños, al interior de nuestros hogares, respeto a las diferencias, empatía, acatamiento de las normas sociales, leyes y reglamentos que rigen la convivencia sana y ordenada, y les enfatizamos sobre la importancia de la verdad y la honestidad?


En lo que respecta al gobierno y las autoridades con competencia, ¿cuál es el plan de seguridad para garantizar que los violadores de las leyes y abusadores de la justicia sean identificados y encausados; en la educación, qué hacen para concienciar en materia civil a nuestros niños y jóvenes; en lo jurídico, para administrar justicia y mantener a raya a los que, de forma temeraria, violan las leyes en menoscabo de los demás; y el legislativo, para enfocarse en codificar las verdaderas prioridades civiles y penales que más afectan a la mayoría de los ciudadanos?


Toca a todos, sin excepción, asumir nuestros roles responsablemente para afrontar esta crisis de valores éticos, morales y de conducta social, desde el hogar, los medios y las autoridades. Para hacer lo que toca no hay que ser héroes.

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