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Infamia

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura

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Por: Lilliam Maldonado Cordero


Uno de los crímenes más horrendos reportados en Puerto Rico es el reciente asesinato a puñaladas -han usado el eufemismo “agresión con arma blanca” para minimizar esta tragedia-, de una niña de 16 años durante la celebración del cierre de verano, dejando herido a otro menor que trató de salvarla. Se alega que seis personas -se dice que mujeres desde 16 años- están involucradas en este vil crimen, entre las que se encuentra la madre de la perpetradora. La menor que atacó a la adolescente utilizó una cuchilla escondida en un peine, sugiriendo que existía premeditación, pues alguien que no tenga intención de hacer daño guardando las apariencias anda con un arma blanca camuflada tras una peinilla.


Personas cercanas a los hechos afirmaron públicamente que el eje de este cruento asesinato fue una vieja rencilla y la envidia por parte de la victimaria hacia la muchacha. También se comenta que las hermanas y la madre de la asesina sujetaron a la madre de la víctima mientras la mataban. De haber existido roces entre las jóvenes, nada justifica un crimen de esta magnitud. Sin duda, estamos ante uno de los casos más infames, crueles y viciosos que no puede quedar impune.


Tomó a las autoridades investigar los hechos relacionados más de una semana para ejecutar los arrestos, mientras el pueblo clama por justicia para la menor asesinada, el joven herido, su madre y demás familiares.


En Puerto Rico, es cada vez más patente el clima de intolerancia y violencia, que ya trasciende el trasiego de drogas para apoderarse de espacios donde comparten nuestros niños y jóvenes. Ningún delito menor y mucho menos crímenes violentos pueden ser condonados en una sociedad donde se respete la justicia y el derecho a vivir en paz. Quien delinque tiene que ser procesado por las autoridades y pagar por su delito. Las autoridades tienen la obligación de investigar y encausar aquellos que presentan conductas antisociales. Ser testigos impotentes de actos viles, planificados, generados por la intolerancia, el odio y la envidia, como este, que se dice fue aplaudido por una mujer adulta, la madre de, cuando menos, una de sus hijas actuando como cómplice, nos tiene que sacudir. Más que sacudirnos, tiene que llevarnos a reflexionar sobre cuáles son los valores que promulgamos como sociedad. ¿Qué principios estamos promoviendo, no solo desde nuestros hogares, sino desde los escenarios de poder?


¿Cuán obtusa puede ser una figura pública ocupando posiciones de liderato que, en lugar de mostrar angustia, solidaridad y compromiso con el encausamiento de los responsables, busque visibilidad en un velatorio? ¿Cómo podemos racionalizar que una madre fomente la envida, el odio y la violencia a tal grado de promover un crimen tan repugnante, en lugar de optar por educar para la conciliación y la paz? ¿Cómo y por qué vericuetos de la vida han transitado esa mujer y sus hijas que, aunque menores, tienen edad suficiente para saber qué es bueno, qué es maldad y qué un acto repulsivo de menosprecio a la vida humana.


Ya no bastan las promesas huecas de que, “los responsables tendrán que enfrentar la justicia”. Claro que sí. Más vale. Pero las autoridades tienen que asumir una postura de autoridad, dejar a un lado la prepotencia, la burla y la chabacanería, encaminar los planes que sean necesarios para devolver la cordura a este pueblo y demostrar que los actos tienen consecuencias que hay que pagar.

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