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La era social y cultural de la fatiga (Parte II)

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 15 may
  • 3 Min. de lectura



Por: Juan Illich Hernández


Al ya ir comprendiendo cómo no solo el fenómeno imparable del capital se ha ido reactualizando y reinventando con la práctica asidua y enfermiza del hiperconsumo psicosocial, se hace más que claro el falso panorama de “avance” y “bienestar social” que nos arropa. En nombre e identificación de ese endulzante camino de la deseada autoliberación, gran parte de las veces, por no decir siempre, hoy día el hiperconsumo llanamente ha aniquilando el espacio de la autocrítica. Tales efectos, dentro de una sociedad de la digitalización la cual se sirve del mismo hiperconsumo, logra armarse una especie de exigencia no solo a nivel psicoemocional, sino también imaginaria que hace precisamente rebasar los límites que la misma “realidad” social soportaría.


A través de este demoledor desarrollo sociopolítico que actualmente está reinando en todo el mundo, encontramos que tristemente la “realidad social” está condicionada o atada a la merced de lo que dictamine no la sociedad y cultura, sino también el endiosado rosario del teléfono inteligente. Ha sido el fenómeno de la digitalización, en términos generales el encargado de que la imagen y movimiento de lo sociocultural cobre otro significado para nuestra mente humana, hecho que destruye por completo las nociones de los sentidos (gusto, olfato, tacto, visión, audición, etc.). Así que, todo lo que demande el dispositivo electrónico sea actualizarse, bajar una aplicación, hacer una compra instantánea, leer una falsa noticia y hasta reproducir un desinformado discurso, han llevado hasta la náusea la sobresaturación de lo que el ser humano es capaz de procesar.


En efecto, en esta era si no eres apto/a para devorarte, tanto por lo que pauta el mercado corporativo el cual se rige por ser un modelo basado en maximización de producción y ganancias como por lo que el sistema psicofísico puede tolerar, el altísimo precio que se paga es la autodestrucción. Es por ello, que la sutil, pero violentísima autoexigencia que proviene del trillado discurso “positivista” y “maximizador” del “yo puedo” ha abierto una desbocada oportunidad para que las enfermedades de todo tipo de índoles consuman al huésped, justamente como sucede con los virus. Dentro de este vaivén de prescripciones y diagnósticos que ulteriormente ni se habían pensado, la cultura de la digitalización sobredeterminó las perfectas circunstancias transicionales de la situación económica, política, histórica y sobre todo psicológicas para sentar las bases del narcicismo e individualidad. Todo esto es parte de su proyecto y agenda sociopolítica del aparente “progreso” bajo la desesperante autodeterminación.


Nos dice el filósofo Byung Chul-Han (2017) “el buscar transformarnos en empresarios de sí mismos, incapacita el establecimiento de crear relaciones no solo sociales, sino también libres” (p. 46). Es en ese sentido, que intentar ser parte del venidero plan de desarrollo sociocultural trae consigo el irreversible arrastre de la fatiga psicosomática. Diversas investigaciones científicas realizadas por revistas del alto impacto y la misma OMS (Organización Mundial de la Salud) han destacado que el síndrome del burnout o quemazón en aspectos neuropsicológicos resultar ser muchísimo más demoledor que en lo fisiológico. Tales efectos son debido a que la mente humana en vez de ir evolucionando, actualmente está en retroceso por los factores técnico- científicos.


Por tal razón, es que esta crisis de lo social, histórico, narrativo y cultural como únicamente pudiese rescatarse es mediante la retoma de los principios básicos de la transformación social que son la lectura, la organización social, trabajo de base y educación popular. A pesar de que sea repetitivo este discurso “izquierdista” aún presenta tener relevancia (Continuará)…


Columna del Taller de Investigaciones Históricas Juan D. Hernández

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