La Tierra es un ser vivo
- Editorial Semana

- 30 oct
- 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero
El aterrador desarrollo del huracán Melissa, que tempramo esta semana arrasó Jamaica, Haití, parte de la República Dominicana y el este de Cuba, es un síntoma de la aflicción a la que hemos sometido a nuestro planeta. Melissa se mantuvo en un peligroso regodeo, fortaleciéndose al oeste del Mar Caribe, alimentándose del calentamiento al que el ser humano ha subyugado a la Tierra con su actividad desordenada. Al igual que otros ciclones de años recientes, su fortalecimiento, desde ser un sistema desorganizado a un huracán catastrófico, solo tomó horas, un comportamiento excepcional.
Nuestra Tierra, que se desplaza maravillosamente por nuestra galaxia rodeando al Sol en periodos precisos, tiene vida. Esto no es una alegoría ni un recurso literario, como una metáfora o un símil. Es un hecho. Posee las cualidades de un ser inteligente. Busca balance ante los insultos internos y externos. Ya ha sido atacada por meteoritos que han provocado la desaparición de especies enteras y, con perseverancia, se sana y renace. Nació, crece, se desarrolla, y llegará a su muerte en algún momento futuro.
La Tierra ha sido nuestra nave, nuestro hogar, la mejor aliada de las especies que ha acogido durante eras. Nos provee todos los recursos necesarios para la vida. Desde hace milenios, nuestros ancestros investigaban las variables físicas del planeta para conocerlo mejor, documentándolas tan temprano como hace más de 3,000 años antes de Cristo. Nuestros antecesores observaban fenómenos como la lluvia, la temperatura, la presión, la humedad y otros signos que les revelaban las cualidades naturales del planeta no solo para conocerlo, sino para anticipar su comportamiento y prepararse para los cambios estacionales, y utilizarlos para las siembras y cosechas.
Una historia divina que nos es familiar es el anuncio del nacimiento de Jesús, que hace más de dos mil años fue anticipado por unos reyes, magos y astrólogos -se dice que tres, pero algunos relatos antiguos apuntan a que pudieron ser hasta doce-. Cada uno desde su tierra divisó una estrella especial, única, que profetizaba la llegada de un rey, un mesías. Convencidos de ese advenimiento tan singular, recorrieron millas hasta coincidir en Belén para, finalmente, rendirle pleitesía. Aunque este recuento no guarda relación directa con los huracanes, es muestra del interés de esos incipientes científicos para conocer fenómenos que afectarían su entorno.
Hoy día, contamos con los conocimientos, equipos y tecnología para entender mejor el comportamiento de la tierra, el efecto de la huella humana en la vida de nuestro planeta y hasta cualquier amenaza del espacio exterior que pueda poner en vilo el futuro de la humanidad. Sin embargo, en lugar de tomar las medidas necesarias para atajar el deterioro del entorno y las complicaciones de los sistemas meteorológicos, la ambición por poseer más ha multiplicado la actividad económica -totalmente dependiente de la naturaleza para consumarse-, continuando sin control.
Ahora, países hermanos del Caribe sufren por el embate de un huracán que, aunque es parte de nuestra naturaleza, pudo comportarse de otra manera, no tan viciosa y perniciosa para la vida.
Posiblemente, tomemos mayor conciencia y aunemos esfuerzos internacionales si algún rey, mago o astrólogo moderno nos avisara que la amenaza viene del espacio en forma de meteoro, por ejemplo, en lugar de atender desde ahora un problema patentemente humano que podemos evitar tomando las medidas correctivas necesarias que mitiguen el calentamiento global y salvemos el planeta, a nosotros y a nuestros descendientes.





Comentarios