La transformación de la pobreza contemporánea (Parte I)
- Editorial Semana

- 6 nov
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Por: Juan Illich Hernández
Adentrándonos más detenida y críticamente al violento embate natural que atraviesa no solo el ser humano en la actualidad, sino también capitalismo, exploramos, que sus esencialismos o trazos históricos han ido cambiado por completo. Tan drástico y significativo han sido estas transformaciones en los pasados años post-covid 19, que el medio de cómo acumularse el poder hoy día reside mediante la satisfacción inmediata. Es decir, que ya la cuestión del dinero y bienes gananciales en términos de capital e ilustración de glamur no son ahora el eje de expresión financiera. Ahora de lo que se trata es de maximizar u optimizar desde el campo de la psicología del trabajo/mercadeo el estado psicoemocional del individuo que desee echar hacia adelante y autodeterminarse/autogestionarse.
Gran parte de toda esta dinámica social, económica, política y cultural ha hecho maquillar minimizadamente al problema de la pobreza que nos arropa. Tales efectos van encubriéndose vía la invisibilidad y reinvención de la pobreza bajo esta transformación del capitalismo salvaje. Según nos dicen los filósofos Gilles Deleuze & Félix Guattari (1972) en su texto “El Antiedipo” la grandeza del capital descansa bajo el postulado de la resignificación. Quiérase decir, que el fenómeno del capital tiene la plástica capacidad de redefinirse acorde a las exigencias y necesidades de momento, justamente como lo hace durante tiempos de crisis de todo tipo.
Por tal razón, es que la pobreza cambio de antifaz, puesto que en nombre de lo que se impone culturalmente como necesidad va generándose otro panorama de desestabilización psicológica el cual se reduce evidentemente consumiendo X o Y cosa que este apoyada por el mercado. Desde este montaje psicológico y político es que el gran capital afila sus colmillos de explotación ya que nos hace liberar orgánicamente a nivel bioquímico endorfinas. Al irse sumergiendo sobre cada una de las capas fibrosas que envuelve el tejido fibroso del capital, puede hallarse no solo modos de producción o construcción social, sino también códigos, dinero, y sobre todo relaciones sociales como nos dirían sus máximos pensadores Carlos Marx & Federico Engels (1867).
Toda esta imparable sobreproducción cuyo carácter es muy parecido a la de un tifón es la desembocadura e inclusive fase final del capitalismo mejor conocida como el hiperconsumo. Tal señalamiento tiene su viva presencia en lo que practicamos y rendimos culto contemporáneamente, que es el sentirnos autorealizados/autogestionados. Lamentablemente, ni la autogestión, ni autorrealización como presenta el psicólogo americano Abraham Maslow (1954) en su pirámide clasificatoria de necesidades fomenta una flexible manera y asistencia emocional para autodenominarnos como seres libres y conscientes. Y la grave consecuencia que arrastramos irónicamente es reflejada en la falsa conciencia de que ser débiles o más bien tener recelo al dolor está mal. Precisamente, estas características provienen a que ya el tener no es símbolo de riquezas. Además, cumplir con las expectativas de lo que significa una persona autorrealizada enmarca con creces lo que el exceso de positividad y violento proceso de optimización definen al detalle como credo del éxito.
Así que, si hilamos fino cada una de las descripciones puntualizadas, hallamos que, la verdadera pobreza nunca ha residido en ausencia de recursos materiales, sino también, en la extinción del crecimiento autocrítico/ autoreflexivo. En una era de la informática donde todo se facilita espontáneamente tecleando, el desarrollo para lograr articular, registrar y sistematizar a nivel mental- físicamente se hace cada vez más dificultoso e inhumano.
Es por ello, que el mandato capitalista redefinió a la pobreza como proyecto del seamos felices autorrealizándonos electrónicamente… (Continuará)





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