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La transformación de la pobreza contemporánea (parte II)

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 13 nov
  • 3 Min. de lectura

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Por: Juan Illich Hernández


Ya teniendo una mejor mirada panorámica acerca de cómo hoy se han ido redefiniendo múltiples problemas sociales, encontramos que el de la pobreza permanece más vivo y rampante. Tan drástica ha sido su transformación a nivel mundial, que, si excavamos un poco más de lo que trae su definición sustancial bajo la RAE (Real Academia Española), todo aquello que se determinaba bajo adquisición de bienes y riquezas hoy no tiene nada de significancia. Quiérase decir, que ya al capital o sistema financiero no es de su interés prioritario cuántas ganancias se generan, sino más bien, de lo que se trata actualmente es de extraer emociones desde el juego de la espontaneidad.


Evidentemente, la era de la digitalización o informática, gracias a su inmediatez de la prestación de servicios de todo tipo de índoles, reinventó por completo la manera en cómo relacionarnos con el entorno social, cultural, político, histórico y sobre todo psicológico. A raíz de ello, la transformación dinámica de intercambiar emociones, códigos, expresiones, lenguaje, etc. ha hecho del well-being o bienestar psicoemocional un proyecto de vida “rentable”. Mediante la agresiva propaganda mercantilista de los diversos ofrecimientos que promueve el supuesto aparato sociopolítico del Estado benefactor/paternalista y la cultura autogestionaria proveniente de las redes sociales con su producción de contenidos ha vuelto más que en un mandato ético “el seamos felices” instantáneamente.


La nueva venida de concebir a la cruda “realidad” con brazos abiertos y confortables es reconvertida en destello de positividad tóxica. Claramente, el ingrediente clave para que la toxicidad no sea identificada, percibida, intuida y hasta inclusive criticada es porque anda encubierta de puros hedonismos o placeres supremos. Es en ese sentido, que para buscar cortocircuitar a las masas de esa zona de confort que se sitúan sea bajo crisis fiscal, psicológica, política, amorosa, entre otras, el capitalismo salvaje transfiere su sistema de operación hacia uno de las emociones. De esta forma, todo aquello que pueda ser amenaza de funcionalidad económico- política como justamente ha sido el irrefrenable problema social de la pobreza, hay que tildarlo de fracasado.


Ha sido la creación de ese trillado eslogan norteamericano “el tiempo es dinero” el cual a su vez tiene interrelación directa con el magnate, plus fundador de la sociedad globalizadora y del consumo americano Henry Ford (1909) que para ser productivos es necesaria la expansión. Tales señalamientos, abren paso, tanto a la sobreproducción como el ser proactivos. Ya con esto sobre la mesa redonda de discusión se entreve la dirección hacia donde va no meramente el ser social contemporáneo, sino también, el mercadeo internacional. Nos expresa el filósofo norcoreano Chul- Han (2016) “La sociedad del trabajo y el logro no es una sociedad libre, porque genera nuevas limitaciones donde el propio amo se convierte en su propio esclavo” (p.16). Quiérase decir, que, para poder desestabilizar a la estructura, tanto social como psicológica de esta era tecnológica-cultural-humana, el capital asume una forma flexibilizadora parecida a la una plastilina con miras a no solo adherirse, sino mas bien, agradar para preservarse en ese estado de colonización.


Así que, la retransformación de la economía internacional y trabajo en general a nivel contemporáneo modificaron por completo el sistema de producción e incluso de relaciones sociales. Dicho efecto, reafirma históricamente, que no ha sido la era de la informática la que en sí cambió estas condiciones de cómo visualizar, percibir e interpretar a la pobreza humana. Fue la misma era industrial la cual fabricó la ideología de la sobreproducción y calculación del tiempo… (Continuará)

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