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La transformación de la represión persecutoria hacia una autoinducida (parte I)

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 18 sept
  • 3 Min. de lectura

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Por: Juan Illich Hernández


Si de algo hemos de estar conscientes, es que por más que la cultura puertorriqueña se autoproclame en estos tiempos históricos como una “liberal” o disque “tolerante”, bajo nuestro imaginario social, laten múltiples prejuicios conservadores y complejos colonialmente hablando. Tales hechos sociales siguen siendo la incesante lucha de las clasificaciones por estereotipos y etiquetas ante la diversidad social, cultural, política, económica, geográfica, identitaria, psicológica, etc. que anida complejamente en el país.


Partiendo de estos referentes, en lo que corresponde al campo de la represión, la narrativa histórico- cultural resulta ser una interminable a nivel Isla. Desde la propia invasión de la guerra después de la guerra en el 1898 como nos diría el icónico historiador Fernando Picó (1987), este ha sido el instrumento clave y enlace para el desarrollo de la sociedad del hiperconsumo que vivimos. Es decir, que la instalación del sistema de bienes y servicios asistencialistas que operan en distintas instituciones públicas como privadas, los aparatos técnicos- científicos, plus remanentes del proyecto “Manos a la Obra” han sido el medio de control para vigilar y castigar en el sentido foucaultiano a los puertorriqueños/as.


Lo particular de los dispositivos represivos, es que para la percepción de muchos significaría abominación, infierno, coloniaje, tortura, miedo, entre otros. Sin embargo, en la actualidad, la presente herramienta representa ser una refrescante imagen de entrampamiento la cual seduce, influencia y hasta autoinduce la servidumbre. Tanto es así, que, si echamos una mirada general de lo que sucede afueras del entorno íntimo, la intrínseca relación que guardan ahora los automóviles, teléfonos inteligentes, televisores “smart”, aplicaciones de utilización, etc. hoy cobran una especie de extensión psicológica y fisiológica para toda persona que sienta una optimización funcional.


Si nos trasladamos al siglo XX, la práctica de la persecución y tortura disciplinaria era la orden del día hasta mediado de los años 50’s. No obstante, con el paso del tiempo, encontramos, que etapa tras etapa, justamente como fue la posguerra mundial II en adelante, acontecen la creación de los cuerpos organizativos de mayor poder sociopolítico en los Estados Unidos e inclusive mundialmente. Evidentemente, estos son la CIA (Agencia Central de Inteligencia) en el 1947 y la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) en el 1952.


Con el surgimiento de estas esferas de poder, no solo a nivel psicopolítico, sino también histórico, logramos visualizar el verdadero fin y rostro de la vigilancia. Nos dicen los sociólogos Zygmundt Bauman & David Lyon (2013) que el ojo del poder o efecto panóptico, que todo lo ve sin ser visto, sofistica sus movilizaciones por medio de las nuevas tecnologías o aparatos electrónicos. Así que, la conversión de lo que es moda y tendencia por consumir un teléfono inteligente sea Android como Iphone comparte estratégicamente todo dato personal que se registre.


Es en ese sentido, que, al hablar de la persecución y represión social, que no solo vivimos día a día, sino también históricamente cobra mucha más fuerza cuando aludimos a cuestiones de estereotipos, etiquetajes, estigmas sociales, clase social, pero sobre todo a la desinformación. Dichos factores aún en la actualidad mantienen una violentísima y viva huella, aunque no lo sintamos dado que provienen del imparable fenómeno de la moda (Lipovetsky, 1987).


Por tanto, cuando nos insertamos a la historiografía puertorriqueña para hablar acerca de la represión que arropa e inclusive continúa absorbiendo los planos simbólicos, imaginarios como reales del ala independentista desde el siglo pasado hasta hoy, es indispensable preguntarnos: ¿Por qué siempre atacamos al pensamiento de la oposición? (Continuará)…

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