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“Mirar el alma de nuestros jóvenes”

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

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Por: Myrna L. Carrión Parrilla


Nuestros niños y jóvenes viven tiempos difíciles. Muchos de ellos cargan con angustias que antes no eran tan comunes a su edad: ansiedad, tristeza, incertidumbre. Y aunque no siempre lo dicen con palabras, lo expresan de mil maneras. Nos están pidiendo algo profundo: atención, amor, guía. Si aspiramos a un país más justo y humano, debemos volver a mirarlos con ternura, con paciencia y con el deseo sincero de comprenderlos.


Vivimos en un mundo acelerado, ruidoso y muchas veces deshumanizado. Nuestros jóvenes crecen en medio de presiones constantes: redes sociales que los empujan a compararse, violencia en sus comunidades, incertidumbre económica, falta de espacios seguros para expresarse. En algunos casos, incluso sus hogares, que deberían ser refugio, se vuelven lugares de incomprensión o silencio. Todo esto va dejando huella, alimentando una sensación de soledad y desconexión que no podemos seguir ignorando.


No basta con preocuparnos: es tiempo de actuar. Escuchar de verdad, sin juzgar. Acompañar sin imponer. Mostrarles que su voz importa. Porque cuando los jóvenes se sienten vistos y respetados, florecen. Es responsabilidad de todos, padres, abuelos, vecinos, educadores, crear espacios donde puedan expresarse con libertad, donde se les tienda la mano en lugar de señalarles el error. Necesitan más puentes, menos barreras. Más diálogo, menos sermones.


Debemos dejar de ver a nuestros jóvenes como un problema y empezar a reconocerlos como parte fundamental de la solución. Muchos de ellos quieren involucrarse, quieren opinar, quieren ser parte del cambio. Pero necesitan que les abramos la puerta. Que los invitemos a conversar, a construir, a imaginar con nosotros. No basta con hablar sobre ellos; hay que hablar con ellos. Integrarlos en las decisiones, en las propuestas, en la esperanza.


El país que queremos no se va a construir solo con discursos ni con buenas intenciones. Se construye en lo cotidiano: en la manera en que tratamos a nuestros hijos y nietos, en cómo los escuchamos, en cómo los miramos. Amar no siempre es estar de acuerdo; a veces es simplemente estar. Ser presencia firme, cálida, disponible. No para resolverles la vida, sino para que no tengan que enfrentarla solos.


Este es un llamado a la conciencia, al compromiso y al corazón. Si de verdad soñamos con una sociedad más humana, hay que empezar por lo esencial: mirar el alma de nuestros niños y jóvenes. Preguntarnos qué necesitan y cómo podemos apoyarles, no desde la autoridad, sino desde la empatía. Porque el futuro no se improvisa: se cultiva con amor, con escucha, con compromiso… desde hoy.


Sin duda, son tiempos distintos, sentimos que se expresan de forma distinta y hacen y escogen lo que nos puede parecer distinto a los que hacíamos y escogíamos, pero si nos damos un tiempo y reflexionamos sobre esto veremos que, en todos los tiempos, los jóvenes han abierto caminos y han sido vistos como distintos, pues responden a sus realidades. Desde hoy, esforcémonos por escuchar cual es “el grito” que desde lo más profundo nos dan estas generaciones y abramos el corazón para encontrar soluciones.

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