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Necesitamos formar personas de Estado

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 3 jul
  • 2 Min. de lectura
Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Por: Myrna L. Carrión Parrilla

Una persona de Estado es aquella que, más allá de ocupar un cargo público o de liderazgo, actúa con visión, responsabilidad, integridad y compromiso con el bienestar colectivo. Es alguien que entiende que su rol no es simplemente administrativo o político, sino profundamente ético y social. Estas personas se distinguen por su capacidad de pensar en el largo plazo, de anteponer el interés común sobre el personal, y de actuar con respeto hacia las instituciones democráticas y los valores fundamentales que sostienen la convivencia en sociedad.


En Puerto Rico, la necesidad de formar hombres y mujeres de Estado es urgente. Vivimos en una época de profundos cambios sociales, culturales y tecnológicos. Las costumbres evolucionan, las formas de comunicación se transforman, y las nuevas generaciones exigen mayor transparencia, participación y autenticidad. Sin embargo, esta evolución no debe confundirse con la permisividad de erosionar los valores esenciales que garantizan el orden, el respeto y la estabilidad institucional.


El respeto a las instituciones, la honestidad, la responsabilidad cívica y el compromiso con el bien común no son valores anticuados; son pilares que deben mantenerse firmes, incluso, y especialmente, en tiempos de cambio. Adaptarse a los nuevos tiempos no significa abandonar lo que nos da cohesión como sociedad. Por el contrario, significa encontrar formas innovadoras de preservar esos valores y transmitirlos a las nuevas generaciones.


Cuando quienes ocupan puestos de liderazgo olvidan las formas esperadas de su rol, las consecuencias son profundas. No se trata solo de una pérdida de credibilidad individual, sino de un deterioro del tejido social. El ejemplo que dan los líderes, ya sean políticos, empresariales, educativos o comunitarios, tiene un impacto directo en la cultura cívica del país. Si los líderes actúan con desdén hacia las normas, si trivializan el respeto institucional o si promueven el oportunismo sobre la ética, están modelando una conducta que inevitablemente será replicada por otros.


Esto es especialmente grave cuando consideramos el impacto en la formación de nuestros niños y jóvenes. Ellos observan, aprenden e imitan. Si los referentes públicos que ven en los medios o en sus comunidades no encarnan los valores que queremos promover, ¿cómo podemos esperar que crezcan con un sentido claro de responsabilidad, respeto y compromiso social?


Por eso, formar personas de Estado no es solo una tarea de las universidades o de los partidos políticos. Es una responsabilidad colectiva que comienza en el hogar, se fortalece en la escuela, se refuerza en los medios de comunicación y se valida en la vida pública. Necesitamos líderes que comprendan que su rol no es solo funcional, sino simbólico y formativo. Que cada palabra, cada gesto, cada decisión y hasta ser propios con su imagen personal según su puesto y ocasión, tiene un impacto en la conciencia colectiva.


Puerto Rico necesita urgentemente una nueva generación de líderes que no solo sepan administrar, sino que sepan inspirar. Que no solo busquen soluciones inmediatas, sino que piensen en el futuro. Que la honradez y el compromiso con el servicio este por encima del lucir bien o resultados políticos. Que no solo respondan a las encuestas, sino a su conciencia. Que entiendan que ser una persona de Estado es, ante todo, un acto de servicio y de amor profundo por su país.

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