¿Para qué?
- Editorial Semana
- hace 15 horas
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Por: Lilliam Maldonado Cordero
En medio de la incertidumbre que vivimos todas las especies de nuestro planeta, -desde el calentamiento global, la afectación del entorno por la actividad humana, y la falta de acceso a vivienda o salud asequibles-, también observamos la falta de humanidad en la escena política mundial. Adentrados a un cuarto del nuevo siglo, vemos la muerte de decenas de miles de vidas inocentes por obra y omisión de los protagonistas del devenir de nuestra historia.
La ciencia ha adelantado a niveles inimaginables. Estamos viviendo el futuro. Vemos robots humanoides caminando por las calles de ciudades extendiendo la mano para saludar personas. Ejemplos ya más ordinarios los cargamos en aparatos móviles que, hace un par de décadas, eran solo parte de un guión de ciencia ficción, pues las videollamadas y conferencias, realizar investigaciones, escribir, montar presentaciones, trazar rutas y hasta hacer todo tipo de preguntas a la inteligencia artificial desde la palma de nuestras manos era materia de película. Estos aparatos hasta “nos escuchan”, para propósitos de mercadeo de compañías, pues con frecuencia tenemos una conversación sobre un asunto y en pocos segundos nos llega una foto o enlace relacionado con este.
En fin, la especie humana ha adelantado pasos inmensurables para adentrarse en las profundidades del conocimiento, logrando el desarrollo de tecnología capaz de crear y destruir, como lo es la fusión nuclear. La más reciente busca detectar si pueden confirmarse las propiedades de una partícula fundamental que pueda dar explicación a la existencia de masa en algunas partículas mediante su aceleración. Los físicos teóricos apuntaban a que el bosón de Higgs, descubierto en 2012 en el Gran Colisionador de Hadrones a un costo de miles de millones, es lo que da masa a los átomos. De ahí que algunos, de forma sensacionalista, le llamen la Partícula de Dios.
Todo este entramado lo planteo para obligar a la reflexión de una máxima con la que tropecé recientemente: “El hombre se jacta de saber dividir el átomo, pero aún no ha aprendido a dividir el pan”. Y es que, precisamente, mediante la fusión atómica -que no es el bosón de Higgs, sino el descubrimiento y desarrollo de las bombas nucleares hace décadas-, que algunos países poderosos continúan amenazando con aniquilarse mutuamente, lo que ha costado ya cientos de miles de vidas en conflictos y guerras.
Mientras se trata de desafiar el concepto de un Dios creador atribuyendo la existencia del universo a la casualidad, en nuestro mundo continúan recrudeciéndose las inequidades y se entronizan los prejuicios de unos contra los otros. No está mal que la ciencia evolucione tratando de comprender mejor el origen del Universo y anticipar el final de los tiempos. Pero ¿Para qué? ¿Para la paz o para la guerra? ¿Queremos crear o destruir?
El eje detrás de adquirir conocimiento y adelantar la tecnología no puede ser la ambición del poder, la subordinación de los vulnerables y recrudecimiento de la pobreza de muchos para aumentar desmedidamente la riqueza individual de unos pocos. De acuerdo con el Global Wealth Report de 2024, solo el 1.5% de la población del mundo posee más de un millón de dólares de patrimonio.
La distribución de la riqueza del mundo apunta a que existe una gran brecha entre la riqueza agregada de unos pocos y la extrema pobreza y vulnerabilidad de la inmensa mayoría. ¿No será que estamos más preocupados, precisamente, en dividir el átomo que en partir el pan?
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