Participación activa y liderazgo estratégico
- Editorial Semana

- 10 jul
- 3 Min. de lectura

Por: Myrna L. Carrión Parrilla
La participación activa de los individuos en las instituciones y comunidades no es solo un derecho; es una necesidad fundamental para la construcción de entornos más justos, funcionales y sostenibles. Cuando las personas se sienten parte de los procesos, cuando se les invita a aportar, a dialogar, a decidir y a colaborar, se fortalece el sentido de pertenencia y se cultiva el compromiso genuino. Por tanto, promover esa participación activa debe ser una prioridad para cualquier liderazgo que aspire a una transformación real y duradera.
Uno de los mayores retos que enfrentan las instituciones ya sean educativas, comunitarias, religiosas o sociales, es lograr que sus miembros no solo estén presentes, sino que se involucren de forma consciente, constante y productiva. Para ello, el liderazgo no puede limitarse a dirigir o decidir, debe ser un promotor de participación, un facilitador de espacios abiertos al intercambio respetuoso de ideas y a la construcción colectiva de soluciones.
La herramienta más poderosa con la que cuenta el liderato en este proceso es el diálogo deliberativo. No se trata de conversar por conversar, sino de fomentar discusiones estructuradas, con propósito, en las que todas las voces puedan ser escuchadas y valoradas, aunque existan diferencias. El diálogo deliberativo permite analizar situaciones desde múltiples perspectivas, enriquecer las propuestas y tomar decisiones más equilibradas y justas. Aprender a facilitar estos espacios requiere empatía, dominio del lenguaje, capacidad de escucha activa y, sobre todo, humildad para reconocer que nadie posee toda la verdad.
Otra herramienta clave son las estrategias de consenso. En sociedades e instituciones diversas, alcanzar la unanimidad es casi imposible, pero sí es viable y deseable construir consensos que beneficien a la mayoría y respeten a las minorías. Para lograrlo, el líder debe evitar la imposición y buscar los puntos comunes, incluso en medio de las diferencias. Llegar a consensos genuinos implica diálogo, apertura y la voluntad de ceder en lo accesorio para avanzar en lo esencial.
Promover la participación activa también requiere comunicación efectiva. No basta con transmitir mensajes, hay que asegurarse de que sean comprendidos, interiorizados y, sobre todo, respondidos. La comunicación efectiva se basa en la claridad, la oportunidad, el respeto y la reciprocidad. Un líder que comunica bien, motiva, inspira y genera confianza. Y donde hay confianza, hay colaboración.
Por otro lado, la colaboración y el compromiso no surgen de forma automática, se construyen con intención. Para que los miembros de una comunidad se comprometan, deben sentirse reconocidos, valorados y tomados en cuenta. Aquí es donde el liderazgo debe actuar con visión estratégica: identificar fortalezas individuales, asignar responsabilidades significativas, brindar seguimiento constante y reconocer los aportes. La colaboración se multiplica cuando las personas sienten que su trabajo tiene sentido y que sus esfuerzos hacen una diferencia real.
Finalmente, es importante recordar que no hay participación verdadera sin sentido de pertenencia. Para lograrlo, el liderazgo debe cultivar una cultura institucional inclusiva, transparente y coherente con los valores que predica. Es en este terreno fértil donde germina la semilla de una participación activa, comprometida y transformadora.
El valor de la participación activa es incalculable, pro para que esta participación sea posible, el liderazgo debe ir más allá de dirigir: debe saber escuchar, facilitar, integrar, inspirar y ceder. Solo así construiremos espacios donde todos nos sintamos parte, donde la voz de cada cual tenga eco, y donde el futuro se construya entre todos, con respeto, compromiso y esperanza.





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