Pitirres… y zumbadores
- Editorial Semana
- 19 jun
- 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero
Hace unas semanas que un par de pitirres comenzó a montar residencia en una de las lámparas de la terraza de casa. No es la primera vez que, entre abril y julio, estas aves ocupan espacios en mi hogar, y siempre digo: “no más, esta es la última vez”, porque son muy territoriales, y luego nos dejan sus “escombros públicos” para disponer. Pero, la fascinación de ver su perseverancia y dedicación para traer nueva vida a este mundo siempre acaba por seducirme.
En su proceso de ocupación, los pájaros llegaron celosos a erigir su “zapata, columnas y paredes” en preparación de su nido. Allí, la hembra depositó, al menos, tres huevos, que una vez retoñaron, no paraban de clamar por alimento. Ambos padres dedicaban el día entero recogiendo insectos y las mariposas que se acercaban a las luminarias. ¿Cómo sabrían a cual de ellos ya le habrían dado alimentos? Lo ignoro, pero sí sé que, en cuestión de unos días, los chamacos crecieron y abandonaron el nido volando, por cuenta propia, a comenzar un nuevo ciclo de vida y supervivencia.
Un hecho interesante es que, mientras estuvieran en el nido, nadie podía acercarse. Su madre incubaba los huevos, mientras el padre protegía el nido y alimentaba a su pareja. Si alguien se acercaba al perímetro, venía volando a picarle el crisma para evitar que amenazara la crianza de sus pequeños tiranos. Nuestras nietas dedicaban largos minutos a ver el devenir del padre alimentante, y le pedían al abuelo que arriesgara su vida para acercarse al nido, mientras el ave adulta se acercaba con ligereza y destreza a desalentarlo, lo que provocaba risas entre las dos cómplices. Estos espacios constituyen una oportunidad valiosa y aleccionadora para enseñar a nuestros niños a apreciar, entender y valorar la naturaleza.También, los alejan de los aparatos inteligentes, aproximándolos a experiencias que se convertirán en memorias inolvidables.
Ver a estos pitirres padres asentar la base para acoger a sus pichones y, luego, observar a los pajaritos crecer, gracias a los cuidados de sus padres, fue pie forza’o para hablarles de estas aves. Su proteccionismo del nido y sus pichones, y su carácter territorial, le han ganado el nombre “tirano gris”, y el científico Tyrannus dominicensis. El nombre pitirre es un derivado onomatopéyico de su canto, aunque los taínos, habitantes originales de Borikén, le llamaban guatibirí, porque, como diría mi abuela, cada cual oye lo que le conviene.
Los pitirres son, por naturaleza, agresivos y pendencieros. Ya como adultos, viven en agrupaciones y dirimen su liderato a fuerza de batallas agenciándose los lugares más seguros de los árboles, cerca del tronco, para evitar ser presa de otros depredadores. El pitirre pelea, tanto con ruiseñores como ataca a guaraguaos de gran tamaño. Distinto a la creencia popular, el pitirre no es endémico o único de Puerto Rico. Su nombre específico dominicencis, se debe a que fue descrito originalmente en la República Dominicana, pero se sabe que lo hay a través del sureste de América del Norte, las Antillas y Suramérica.
Aunque el pitirre es símbolo de bravura, tiene su propio talón de Aquiles en los ágiles falcones y en el pequeño zumbador puertorriqueño mientras anida y proteje a sus críos. De manera que, igual que hay una máxima popular que reza “cada guaraguao tiene su pitirre”, resulta que cada pitirre tiene su zumbador. La naturaleza es fértil en belleza, alegorías y lecciones.
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