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Requiere un pueblo

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 3 jul
  • 3 Min. de lectura
Por: Lilliam Maldonado Cordero
Por: Lilliam Maldonado Cordero

El proverbio africano muy popularizado en su momento por la exsenadora Hillary Clinton que reza “It takes a village to raise a child”, que traducido quiere decir se requiere de todo un pueblo para criar a un niño, sentencia que, para formar a un pequeño hace falta el empeño y esfuerzo, más allá de sus padres, de todo el componente social donde se desarrolla. Es precisamente mimetizando aquello que observan los niños de sus adultos -lo que llamamos modelaje-, que acaba moldeándose el carácter y el temperamento de estos una vez crezcan. De manera que no debemos asombrarnos demasiado de aquellos comportamientos que nos alarman en las redes o las noticias, porque esos jóvenes y adultos, en su mayoría, son producto de todo lo que el hogar y el conjunto le dieron para consumir.


Durante los pasados días he confirmado que este proverbio no solo aplica al cuidado de los niños. También lo podemos aplicar a las atenciones, cada vez más necesarias y urgentes, de nuestros adultos mayores. Durante los pasados días la salud de mi suegro ha decaído marcadamente, y he podido aquilatar el valor de la familia, los amigos, las cuidadoras y el personal de salud que nos han acompañado. Conversando al respecto con ellos y observando a nuestro alrededor, nuestra familia está bendecida por las virtudes impermutables de la solidaridad, la empatía y el compromiso de asegurar el bienestar de mi suegro. Mis hijas, sus esposos y compañeros, con una presencia continua, y los parientes -tanto en Puerto Rico como desde Estados Unidos-, han estado al pendiente de su salud y bienestar.


Otro elemento clave para poder recorrer este camino con paz es el acompañamiento maravilloso de esas amistades que se convierten en hermanas y compañeras de vida. Su seguimiento constante y sus oraciones han sido determinantes para el sosiego tan necesario, el mismo que hace falta transmitir a un convaleciente. No existen palabras para encomiar el amor y la lealtad de quienes se nos unen por el afecto, más allá de lo filial.


Este sentimiento trasciende el agradecimiento para convertirse en una experiencia aleccionadora, porque es preciso preguntarnos y ocuparnos por aquellos que, lejos de contar con una “aldea” circunvalando constantemente a su alrededor, están solos. Muchos no cuentan con un sistema de apoyo, cuidado y acompañamiento. No hay quien los lleve a sus citas médicas. Incluso, como me compartió uno de los médicos al cuidado de mi suegro, hay muchas viejitas solas, de 90 años, cuidando a sus viejitos, también de 90 años. Es entonces cuando, como sociedad, tenemos que inquietarnos e interpelar a los líderes, al Estado, para que reconozcan su obligación de identificar deficiencias en la provisión de cuidados de salud y atención de los más vulnerables, los niños y los viejos, para desarrollar planes efectivos, cesen de buscar beneficiar a suplidores de servicios sin experiencia, y encuentren los recursos óptimos necesarios para implantarlos.


Nuestro país es uno compuesto por una gran población de gente envejecida cuidando de sus adultos mayores. Es una tarea agotadora y costosa que muchos no pueden asumir. Toca al Gobierno acometer su deber constitucional fundamental de proteger la seguridad, la integridad y los derechos de sus ciudadanos. Existen programas que han sido exitosos en otros países, y pueden servir de modelo. La finalidad es cumplir con un mandato, más que político y ministerial, del ejercicio del amor y la compasión de la que tanto hablan desde los podios.

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