Retomando la historia para transformarla (parte I)
- Editorial Semana

- 28 ago
- 3 Min. de lectura

Por: Juan Illich Hernández
Comenzaré este escrito con una célebre frase del icónico fundador del Taller de Investigaciones Históricas Juan David Hernández León que dice: “Para rehacer la historia es indispensable descomponerla”. Ya con este planteamiento de entrada, podemos apreciar con creces que el compromiso del escritor como justamente subrayaba el admirable filósofo francés Jean Paul Sartre (1960) es una irrenunciable. Es en ese sentido, que el sentimiento de pertenencia más allá de rebasar los límites de lo “real” y cultural ayuda a encaminar la transformación social e histórica.
Así que, a la historia hay que desembarazarla de su órgano reproductivo en cuyo caso aquí es el aparato político educativo tradicional. Una vez realizado dicho ejercicio nuevamente reabrimos la posibilidad de no solo darle la correspondiente libertad que necesita la historia para expresarse, sino también, rescatamos la colonizada capacidad para memorizar e incluso rememorar. Nos dice el historiador Gervasio García (1989) en su texto “Armar la Historia” que es más que fundamental el modificar constantemente nuestra “realidad” social para hacer de ella un proceso transformador y reflexivo.
Con estos señalamientos sobre la mesa, encontramos, que la función del historiador, aparte de ser una sociopolítica a su vez es una revolucionaria dado a los factores, tanto teóricos como prácticos a los que recurre. Quiérase decir, que la mejor solución para asentar un claro norte hacia dónde llevar el campo del capital histórico (cultura, el lenguaje, la geografía, la música, la identidad, etc.) es precisamente haciéndose la pregunta: ¿Para qué es la historia y para qué nos sirve?
Evidentemente, el campo de la historia no solo ha sido atropellado, secuestrado y politizado por quienes tienen el poder económico- político, sino que también omiten a figuras mártires del marco narrativo. En vista de que cualquier trabajo vivo (intelectual) es una acción social, el haber encontrado las razonables condiciones económicas para desmontar/montar al antojo toda la trama social y cultural de los puertorriqueños bajo un solo enfoque deja mucho de qué hablar a nivel científico como en general. Traigo a colación este señalamiento, debido a que el asumir una posición de carácter triunfalista y atinada para la historia oficial dentro de una colonia ilustra maquilladamente el verdadero semblante que carga esta área del saber.
Por tal motivo, el tan solo adentrarse al ámbito de las ciencias humanas como también al histórico es fundamental tener en cuenta, que eso que definimos como “la realidad” es un terreno de guerra sin cuartel. Tanto es así, que a la historia si no se le desencaja y/o descentraliza de donde se encuentra acuartelada por los grandes intereses financieros, ese fin de cobrar conciencia social queda sepultado e invalidado. Gran parte de toda esta situación si la analizamos por orden de sucesos como justamente parten de la premisa los pensadores positivistas y anticuados, estos siguen retroalimentándose vía el manual. Es decir, que dependiendo de lo que dictaminen las esferas de poder y el gran capital se reproduce tal tipo de dato en “objetividad”.
Queda claro, que si nuestro propósito es el promover la transformación social la cual se impulsa de abajo hacia arriba, técnicamente hay que romper con los moldes y obstáculos que nos presenta el supuesto orden socioeconómico que vivimos. Este ejercicio no es uno contra el aparato educativo, sino al contrario, es uno pro-justicia y dignidad, hecho que descansa en las imprescindibles cualidades del escritor comprometido con el espacio histórico- cultural. El ocultarle a un país cuáles son sus auténticas raíces sociohistóricas es hacerle ventrilocuismo político, justamente como Puerto Rico.
(Continuará)





Comentarios