Sabor a Vida: Homenaje al Chef Miguel Campis
- Editorial Semana

- 17 jul
- 2 Min. de lectura

Por: Myrna L. Carrión Parrilla
Hay personas que nacen con un don especial: el de transformar lo cotidiano en arte, el de convertir lo simple en experiencia, el de dejar una huella que permanece aún cuando su presencia física ya no está. Ese fue el chef Miguel Campis. No solo un maestro en la cocina, sino un verdadero alquimista de la alegría, un embajador del sabor, un alma libre cuya vida fue una sinfonía de pasiones, amistades, sazón y luz.
Hablar de Miguel es hablar de un espíritu inquieto, de esos que viven con intensidad cada segundo, cada encuentro, cada viaje, cada plato. Su amor por la naturaleza era tan profundo como su habilidad para combinar ingredientes con intuición y arte. Cocinaba como vivía: con creatividad, con libertad, sin recetas rígidas ni miedos. Lo suyo era la improvisación feliz, la búsqueda del equilibrio entre lo clásico y lo inesperado.
El mar era su segundo hogar allí encontraba paz y energía. Su pasión por los skateboards, el ciclismo y los viajes no era simple afición: era una manera de experimentar la vida, de sentir el viento, de romper la rutina y volver siempre con nuevas historias y sabores que compartir.
Miguel era, sin duda, un amante de su patria. No solo celebraba los ingredientes de nuestra tierra con orgullo, sino que hablaba con firmeza sobre la necesidad de cuidar nuestro entorno, valorar nuestras raíces y construir un país donde la creatividad y el talento local tuvieran el espacio que merecen. Fue un defensor del ambiente, de la cultura boricua, y de la libertad como forma de vida.
Pero más allá del chef y del aventurero, Miguel fue un ser humano entrañable. Amigo leal, cómplice de risas, generoso sin medida. Era de esos que entraban a un lugar y lo llenaban con su energía; de los que sabían escuchar, brindar un consejo certero, o simplemente acompañar en silencio. Su cocina era una extensión de su corazón: en cada plato servía cariño, alegría, respeto por el otro.
Hoy, al recordarlo, no lo hacemos con tristeza, sino con gratitud. Porque su vida fue un canto a lo auténtico, a lo esencial, a lo sabroso de existir. Porque supo vivir sin reservas, y enseñarnos que la verdadera libertad está en ser fiel a uno mismo, en compartir sin esperar nada a cambio, en amar con intensidad lo que hacemos y a quienes nos rodean.
El chef Miguel Campis seguirá vivo en cada receta que se prepare con amor, en cada caminata al atardecer, en cada risa espontánea, en cada ola del mar que nos recuerde su espíritu libre. Su legado no se mide solo en platos exquisitos, sino en el modo en que tocó vidas, inspiró caminos, y nos enseñó a disfrutar con todos los sentidos. Hoy, desde estas líneas, lo celebramos. Porque las almas como la suya no mueren: se transforman en memoria, en aroma, en música, en fuego, en semillas e historias. Descansa en paz, querido Miguel. Gracias por tanto sabor, tanta vida, tanta luz.





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