Un duende en el cielo
- Editorial Semana

- 6 nov
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Por: Lilliam Maldonado Cordero
Pasados tres años desde su partida temprana a la Pascua, este próximo jueves, 6 de noviembre, celebraremos nuevamente la vida del buen amigo Carlos “Charlie” Lozada: un gran ser humano, poseedor de un talento especial para grabar en la palabra escrita y cantada su admiración por Dios, por esta patria, la familia y los hermanos que convivimos en un mundo que cada vez amerita reflexionar más sobre los valores que nos enriquecen y acercan, en contraposición a la indiferencia y la soberbia: un mundo que necesita más gente como él.
Carlos nació en Santurce y su infancia la vivió en Las Piedras. Más adelante, se mudó a Juncos donde, durante años, forjó su familia y montó su taller. Durante las décadas de los 70 y 80 pululó con mucha frecuencia por Caguas y otros pueblos vecinos para “hacer música” con grupos muy conocidos de Nueva Trova, como Naborí y Taoné, junto a gente buena que concienciaba y clamaba por justicia igualitaria en los momentos perennemente históricos de nuestro país. Junto a él cantaron y tocaron el historiador cagüeño, Juan David Hernández (QEPD), el también compositor Miguel Hidalgo “Guarionex” (QDEP), su hermana, Vilma, su cuñado, Carlos Seda, Carlos Mercado, Selma Berríos, y otros hijos de Caguas y otros pueblos. Amó a su esposa, Iris, “mi eterno amor, mi compañera, cómplice y amiga”, a quien dedicó su primera canción, a sus hijos, amigos y familiares, y a su patria, hasta el último día.
En su Taller de los Duendes plasmó todas las acepciones del verbo amar. Creó versos, escribió música, pintó, hizo hermosas fachadas en miniatura que probaban su talento para llevar sus creaciones a tamaño real, pues también era un impecable diseñador arquitectónico. La casa en la que crié a mis hijas hace treinta años -mi hija menor “nació en ella”-, el refugio apacible en el que he disfrutado junto a familiares, vecinos y amigos fiestas y acontecimientos, donde he cuidado y amado a mis nietos y vienen a recoger acerolas, plátanos, papayas, recao y romero, la diseñó Carlos luego de sostener conversaciones sobre cuál era mi concepción de un hogar hospitalario donde crecer y ver crecer.
La calidad y tibieza del trato de Carlos eran cualidades constantes en él que lo hacían una persona especial. Era honesto en sus convicciones, crítico de los procesos políticos, y defensor de nuestra cultura y raíces. Por encima de sus múltiples talentos e inteligencias, Carlos era en extremo humilde y de trato suave.
Entre sus poemas y canciones más emblemáticos se hallan La casa de mi pueblo, El futuro de la vida (“he visto el futuro de la vida, arrinconado pidiendo monedas, preguntándole al tiempo presente si es posible alcanzarle una estrella”), y tantos otros.
Así que, este jueves están invitados a la Fundación para las Artes Populares en el Viejo San Juan donde, a partir de las 6:30pm, se presentará su libro titulado El taller de los duendes. Esta obra, que fue concebida hasta el detalle más personal por Carlos durante años y fue hermosamente producido respetando sus deseos, merece ser leída, disfrutada, declamada y cantada. Sabemos que Carlos se encuentra en una nueva etapa de su eternidad, en el Taller del Cielo, donde podrá, desde su amor por Puerto Rico y por Dios, inspirarnos a ser más comprometidos con las luchas que, lejos de serlo, deben ser un compromiso de amor y fraternidad.





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