Un signo para la paz perdurable
- Editorial Semana
- 10 abr
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Por: Lilliam Maldonado Cordero
Con la llegada del Domingo de Ramos, los cristianos nos adentramos a la conmemoración plena de la Semana Santa dentro de la Cuaresma, periodo en el que nos encontramos, y tiene como signo los 40 días en que Jesús, igual que Moisés y Elías, ayunaron en constricción y preparación a un gran acontecimiento. En el caso de Jesús, este se retiró al desierto para prepararse a su propia pasión, muerte y resurrección.
El Domingo de Ramos conmemora la entrada de Jesucristo a Jerusalén. Esta fiesta, que aparece en los cuatro evangelios canónicos, se celebra con la bendición y recibo de ramas de palmeras -o cualquier otra autóctona del lugar de celebración- en recordación de aquellas que la multitud echó a los pies del pollino que cabalgó Jesús al entrar a Jerusalén, como se acostumbraba recibir a reyes y caudillos victoriosos. Seis días después, esa misma gente lo condenaría a muerte.
Este evento ya había sido profetizado por Zacarías cuando describió el arribo de Jesús como el Rey de Jerusalén que “viene a vosotros, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino de asna”. Muchos atribuyen el que fuera un asno por ser un animal de paz, en contraste con el caballo tradicionalmente usado para la guerra. Este signo es uno cargado de simbolismo, pues nos presenta a un rey, reconocido en este acto por su pueblo, pero no uno dispuesto a la guerra y las confrontaciones, sino como uno de paz y reconciliación.
Otro acontecimiento, descrito por el evangelista Lucas es que, al aproximarse Jesús a Jerusalén ese domingo, miró a la ciudad y lloró por ella, no solo sufriendo el desasosiego premonitorio de su propia muerte, sino los eventos que resultarían 70 años después de su crucifixión con la destrucción, por orden del Rey Herodes en represalia a una revuelta del pueblo judío, del Segundo Templo, lugar sagrado para las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo. El Primer Templo habría sido erigido por el Rey Salomón, que fue destruido por el imperio babilonio más de medio siglo antes del nacimiento de Jesús. Los judíos, que no reconocen a Cristo como su mesías, el hijo del hombre y de Dios prometido a los hombres para instituir un nuevo pacto, esperan levantar un tercer templo en Jerusalén.
Quienes seguimos de cerca los eventos del medio oriente, como el entronizamiento del sionismo -que no es lo mismo que el judaísmo-, y el desplazamiento y genocidio de los palestinos y otros judíos de Palestina y la franja de Gaza, rogamos por la paz ante los continuos enfrentamientos de naturaleza política y religiosa en esa zona y otros países en guerra por intereses económicos y geopolíticos de poder y control.
Han sido milenios de guerras, luchas, muertes y la incertidumbre del desplazamiento de decenas de inocentes a través de milenios usando designios divinos como excusa. Quizás por eso, hace dos mil años nació un niño inocente, conocido como el hijo de Dios, y murió para establecer un nuevo pacto de bienaventuranzas para los pobres y desposeídos. A ellos les prometió la vida eterna, no a los ricos y poderosos. Interpretemos esa entrada victoriosa de Jesús sobre un pollino como esa invitación a la humildad y la justicia, derrotando las promesas fatuas del poder, el dinero y la dominancia de unos pocos al costo del sufrimiento de todos los otros.
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