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Vosotros fuisteis extranjeros

  • Foto del escritor: Editorial Semana
    Editorial Semana
  • 12 jun
  • 3 Min. de lectura

Por: Lilliam Maldonado Cordero


A nadie pueden pasarle desapercibidas imágenes recientes de las autoridades gubernamentales ejecutando ciertas políticas de migración que soslayan los derechos universales de respetar la dignidad del ser humano. De acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros códigos internacionales, es preciso reconocer los derechos fundamentales de todas las personas, incluyendo los migrantes.


Los países tienen la facultad y el poder de implantar políticas migratorias conducentes a mayores controles de sus fronteras, su seguridad y economía. Sin embargo, estas deben ser ejercidas tomando en consideración el respeto a la dignidad humana. Recientemente, hemos visto con estupor los confrontamientos entre hermanos -porque todos lo somos-, en varias comunidades estadounidenses y de nuestro país, incluyendo hijos arrebatados de los brazos de sus madres con estatus migratorio irregular para llevárselas arrestadas a lugares que nadie conoce a ciencia cierta y, lo peor, sin saber el destino que deparará a esos niños.


¿Acaso hemos olvidado que todos somos extranjeros? Muchas naciones, particularmente los Estados Unidos -un país de apenas 250 años de establecido, compuesto en más de un 98 por ciento por migrantes y sus descendientes- se fundaron desplazando a los nativos de sus tierras. Las Américas que conocemos hoy son producto de la colonización que trajo la esclavitud y el exterminio de los nativos para dar paso a unas nuevas etnias y el florecimiento de nuevos pueblos y naciones.


Muchos de quienes promueven las políticas migratorias más recientes, particularmente algunos de sus políticos, se ufanan de promulgar la fe cristiana como un eufemismo para manipular la opinión pública justificando estas acciones anticristianas. Sin embargo, cualquiera que haya hecho una lectura somera de los evangelios y la huella de Jesús en nuestra historia, descubre otro punto de mira respecto a cómo debemos ser con el hermano, venga de donde venga.


Uno de los pasajes que más claramente nos revela la misión misericordiosa de Jesús sobre este tema se encuentra en el capítulo 25 del evangelio según San Marcos. “¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis?” Precisamente, Jesús se refería no solo a los forasteros. Él mismo encarnaba al extranjero rechazado, incluso antes de nacer, para ser acogido, finalmente, en un pesebre. Él mismo, más adelante huiría con su familia a tierras de Egipto, donde lo recibieron para salvar su vida del odio y la prepotencia de Herodes. Aquel a quien desnudaron para enjuiciarlo como un criminal, siendo inocente.


Así mismo, existen referencias en el Viejo Testamento, donde se apunta la importancia de la piedad y el desprendimiento por los migrantes, incluso, en tiempos de Abraham, Isaac, Jacob (Israel) y otros padres del judaísmo. En Deuteronomio 10:19, Dios les ordena abrir los brazos al forastero: “Mostrad, pues, amor al extranjero, porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra Egipto”.


La presencia de los extranjeros no es un tema desconocido para la tradición judeocristiana, como tampoco para las sociedades y naciones del mundo. Es una oportunidad de reconocernos igualitariamente con piedad, practicando la compasión los unos por los otros. La injusticia es, precisamente, la madre de la pobreza y la persecución en muchos países, provocando que sus ciudadanos más precarizados busquen acogida y seguridad en otras fronteras.

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